miércoles, 4 de febrero de 2009

La actualidad de Claude Berri

El 12 de enero murió en París el director de cine Claude Barri, quien en 1993 dirigió la película Germinal basada en la novela de Emile Zola. Film que generó polémicas, en tanto el artista salió al encuentro de su presente, adelantándose a juzgar las transformaciones del valor del trabajo a partir de la década del 90´en Francia. Su recurso fue hurgar en el pasado. ¿Qué significó el trabajo para los obreros mineros franceses del siglo XIX? ¿Qué misteriosas series y contingencias ligan la actualidad a esos tiempos en que se germina la sociedad que quizá estemos viendo morir? ¿Cómo restituir el hilo de la tradición y tender un puente entre ese pasado y el presente que ya no parecen estar comunicados por los sentidos? La película ilustra los tiempos en que el trabajo asalariado emergía como una novedad sin precedentes, se trataba de un fenómeno inédito, en los albores de la sociedad disciplinaria, al que se le opondrían diversas variantes de la idea de la rebelión del individuo, esa que, según Eric Hobsbawm, es socavada en nuestra época por una economía basada en la empresa y, como afirma Tomás Abraham, de una economía con pretensiones más allá de su dominio, se refiere a la emergencia de lo económico como instancia cultural. La escena en que se concibe esta película no estaba clara (y no lo está aún para nosotros), así como tampoco la naturaleza de aquellas nuevas formas de poder que progresivamente se instalaban en el mundo. Si bien el desorden global aquejó a las últimas décadas del siglo XX, algo ya se advertía en el momento en que Berri ideaba Germinal y es que el trabajo, o la ausencia de él, sería una de los grandes cuestiones sociales del siglo que venía. La tecnología impone con sus tiempos frenéticos de innovación nuevos requerimientos, surgen por ello, los analistas simbólicos, y se expulsa al trabajo humano de la producción de bienes y servicios, sin garantizar un crecimiento económico que absorba a los trabajadores desplazados, ni la creación de nuevos sectores para insertarlos. El trabajo, aunque menos demandado, seguiría siendo central en la producción, pero la globalización hizo que la industria se desplazase a países que disponían de mano de obra a precio bajo. Se produjo así una transferencia de puestos de trabajo a regiones con salarios bajos, facilitada también por la tecnología y la ideología empresarial, cayendo los salarios ante la presión de la competencia de los denominados ejércitos de desocupados. La economía familiar se destartala y las relaciones de poder y de género en su interior se rearticulan, mutan, reatrapan a los movimientos de fuga al modelo de la economía familiar moderno. El proteccionismo, se cree podría contrarrestar esas presiones, no obstante, los límites impuestos a la razón de Estado y la intervención del capital benefactor en el mercado para ejercer desde allí un dominio socio-cultural y no sólo económico, debilitó la voluntad política y a la gran mayoría de los medios para matizar los efectos de los cataclismos sociales y económicos. El crecimiento económico de los 90´, se creía también, facilitaba las cosas, pero no reemplazó la voluntad política. Todas las medidas pueden ser engañosas si se basan exclusivamente en el crecimiento, debido a que, si la coyuntura cambia las seguridades y protecciones al trabajador desaparecen haciendo caer en la precariedad a numerosos asalariados y en Argentina conocemos bien de estas falsas ilusiones, la actual crisis mundial pone al descubierto esta dimensión del problema, a la que se le agrega una tendencia xenofóbica que en el símbolo de Obama nos da una esperanza de que no se profundice. Aunque este tipo de reacciones también datan de aquella época. En Francia, desde 1981 la coalición del Partido Socialista y el Partido Comunista francés, arengaron esperanzas que rápidamente se diluyeron por recortes e incumplimientos, agravándose las decepciones, caída del muro de Berlín mediante, con la constitución de un clima propicio para la emergencia de una amalgama de consignas y emociones (en una mezcla de xenofobia y política de identidad), que cuajó en el lema de Le Pen “Dos millones de parados, dos millones de inmigrantes de más” y que a pesar de que el crecimiento de su partido no perduró más allá de mediados del 90´, la vigencia de su frase actualiza la amenaza de sus consecuencias. La situación se creyó entonces que habría cambiado por la explosión de huelgas en Francia, cuando millones de trabajadores de diversos orígenes se manifestaron contra el gobierno y las ideas racistas de Le Pen, quien fue descubierto como Nazi. Su partido se escindió y su caudal de resultados electorales declinaron, sin embargo, las tendencias xenofóbicas respecto de los trabajadores inmigrantes de los países pobres o más afectados por la desocupación se instalaron, hasta institucionalizarse en políticas represivas y excluyentes con criterios raciales en los países centrales.