lunes, 18 de abril de 2011

Black Swan


Wendy Whelam, prima ballerina del New York City ballet, comenta que Black Swan está construida sobre una investigación sobre el mundo del ballet desarrollada por bailarines de la que ella misma participó. Esta colaboración es notoria, ya que la película está muy bien documentada, llena de detalles y referencias muy específicas que quizás pasaron desapercibidas para un público que desconoce los entretelones de este ámbito. Pero es posible también pensar que esos mismos bailarines han sido la fuente y el material de Aronofsky con el que dio forma a esta obra sobre la específica subjetividad de estos artistas.

La reseña de Whelam revela cierta justificación de lo que la película expone como problema. El común de la gente salía del cine compadeciéndose porque la chica estaba loca. Pero los comentarios de bailarines sobre el film que leí por internet son diferentes. Resulta un poco sintomático que realizaran evaluaciones y juicios sobre las performance de Natalie Portman en tanto bailarina, obviando el hecho de que ella es actriz y no una bailarina con el nivel técnico para representar el rol principal del Lago de los Cisnes y que, por tanto, seguramente fue reemplazada por otras bailarinas dobles en las escenas de dificultad técnica. Otros tantos cuestionaron que la representación del mundo de la danza que realiza la película no se ajustaba a la realidad. Es decir, no les ha gustado y, como mínimo, los ha incomodado.

Y es que Black Swan no se inscribe en las películas de danza y ballet como The Turning Point, Flashdance o Center Stage por citar algunas en las que el mundo de la danza es retratado según cierta relato más edulcorado del camino a la fama o al éxito. Quizá, como se ha indicado en otras reseñas, tenga cierta afinidad con The red shoes o la menos citada Innocence de Lucile Hagzihalilovic, directora francesa que es pareja del polémico Gaspar Noé. Film, estos últimos, en los que se establecen conexiones entre la tortura al cuerpo y la psiquis, por un lado, y la disciplina y control sobre la sexualidad de las jóvenes. La película tiene muchas referencias y reflexiones sobre prácticas y situaciones de este tipo que están naturalizadas en el ámbito del ballet, pero desde un enfoque más bien psicológico.

Practiqué ballet desde los 9 hasta los 15 años. Lo abandoné porque entendí que mi cuerpo había alcanzado cierto límite. Descubrí un día que había llegado a un punto infranqueable. No había trabajo que pudiera modificar ciertas predisposiciones corporales. La danza como la música exige cierto talento nato para distinguirse, no es solo trabajo duro. Me interesaba el pensamiento, requería esfuerzo y estudio. No podía hacer todo. Progresivamente dejé de ir a mis clases de danza y más tarde emprendí una búsqueda. Me encontré con la filosofía y la historia. Tiempo después volví a tomar clases de danza pero no me arrepentí de mi decisión. Siendo parte de ese mundo y examinándolo ya no formando parte de él, considero que el retrato de Black Swan se ajusta bastante a la realidad. Whelam misma lo reconoce y comenta que se ha sentido identificada en tramos de la película, reconociendo incluso momentos de su carrera en escenas, aunque no parece incomodarle revelarlo.

Días antes de ver Black Swan hablaba con mi amigo Mariano acerca de la existencia de ciertas similitudes entre la filosofía y la danza. Nos referíamos a esta fuerza y afección sobre sí mismo, trabajo meticuloso de tallado para hacer de este sí mismo una obra de arte. Alcanzar cierto brillo que pueda ser reconocido y recordado por otros, cierta belleza, implica hacerse un estilo. Los bailarines no tienen una vida separada de la danza, hacen de su arte una forma de vida. Solo algunos alcanzan sin embargo un estilo, se distinguen por una particular calidad de movimiento, musicalidad de sus músculos, expresión en sus brazos, extensión de sus miembros, interpretaciones de algunos personajes que los vuelven únicos, etc. Producen una variación en la repetición de una misma obra que ha sido representada desde el siglo XIX hasta esta parte por numerosos bailarines. Los grandes bailarines de la historia son quienes han hecho de una vieja coreografía una nueva obra, como si nunca antes nadie hubiera sido capaz de representarla de esa forma, provocando en el público un efecto similar al de estar ante un pensamiento nuevo sobre un clásico.

Actualmente, sin embargo, el virtuosísimo modificó en parte este arte, porque la medida de esa distinción no es el estilo, ni una variación, ni una deformación particular en el lenguaje del cuerpo, un desequilibrio en sus partes, una disonancia musical que se vuelve singularidad, sino que se concibe según la premisa de la infinitud del cuerpo como línea, piernas que ascienden y se pliegan paralelas al cuerpo formando una línea, torso que desciende y pierna que asciende formando una línea, piernas y brazos abiertos en el aire formando una línea paralela al piso. La danza se ha vuelto una suerte de una particular geometría del cuerpo. Se trabaja su fuerza elástica infinita que forma líneas. Esos cuerpos han franqueado todos los límites. La técnica ha sido perfeccionada por algunos bailarines más allá de lo que las viejas escuelas habrían imaginado como su ideal de perfección geométrica. El lenguaje de esta disciplina tiene transparencias y límites borrosos con el lenguaje técnico de la gimnasia artística, el contorsionismo o del circo. Ha alcanzado tales niveles de perfección virtuosa, que de pronto, como decía Bejart, los coreógrafos ya no saben qué inventar porque los cuerpos de los bailarines son capaces de mucho más que las imágenes que ellos pueden crear. Quizás este sea el final del ballet clásico entre tantos finales que caracterizan a nuestra época.

A veces el ballet funciona como una ascesis, ya que se define por una serie de ejercicios sobre uno mismo cuya finalidad, siguiendo a Aronofsky, es alcanzar cierta perfección. Ese ideal varía históricamente y está definido por todo un saber y unas técnicas pedagógicas sobre el cuerpo y las conductas, pero también está ligado a una estética que es afirmada por quienes se han construido un estilo. También la danza es disciplina, y en esto tiene relación con la historia, el siglo XIX en el que nació. Las viejas instituciones moldeaban los cisnes blancos, aspiraban a formar jóvenes castas, dóciles y de cuerpos bien formados. Velaban por sus cuerpos y su virginidad hasta el matrimonio y se construían historias románticas para las que se guardaba de los excesos de carácter y exposición de su sexualidad, construyendo relatos trágicos, tan moralizadores como aquellos, sobre la joven que se atreviera a trasvasar esos límites: la locura, la deshonra, la muerte, le esperaban a esas jóvenes que se excedían en su sensualidad, como es el destino de la Reina de los Cisnes o como Giselle, que enloquece y deviene en una sylphide, espíritu de las jóvenes que murieron vírgenes. La moralidad de las antiguas disciplinas podía medirse en el cuerpo de las bailarinas. El romanticismo tiene una afinidad intensa con el ballet clásico. Sus principales historias y la música que las acompaña se corresponden en su mayoría con esa subjetividad.

En esta versión de la historia del lago de los cisnes, el sentido parece invertirse, Nina debe devenir mujer-cisne negro para alcanzar la perfección. El ideal de belleza y sus criterios morales parece haberse trasvalorado. Este mundo es cruel para los cisnes blancos, no sobreviven a una sociedad regida por la competencia. El poder de las mujeres reside en su sexualidad. La depresión representada en la forma de agresión sobre sí misma es el efecto de la presión de alcanzar el éxito, que para una bailarina profesional es representar el rol principal a determinada edad. Incluso lo confirma Whelam, para quien aquellos bailarines que no adquieren el carácter y dominio de sí y de su cuerpo son considerados bailarines débiles o frustrados, como la madre de Nina. Esto supone una batalla contra sí mismos y contra esas debilidades. En este sentido, la película ofrece un retrato interesante de lo que puede ser un adecuado trabajo sobre sí en el mundo femenino. Por otra parte, también expone hasta qué punto Cisne blanco y cisne negro, la disciplina, el trabajo sobre sí y la compulsión al éxito se encontraron en el ballet. Las instituciones disciplinadoras de los cuerpos de las jovencitas se conjugaron con un sistema de competencia y rivalidades como el que rige en muchos ámbitos de nuestra vida, con técnicas en donde un adecuado trabajo de la imagen pública es también la clave del éxito y con técnicas de intervención y control del cuerpo y de las percepciones sociales o estados anímicos que son más fuertes hoy que en ningún otro momento de nuestra historia occidental. La razón se erige como ese poder superior que domina el cuerpo. Moldea sus imperfecciones y sus debilidades. En el ballet gobierna al cuerpo hasta hacerlo entumecerse, adelgazar a sus mínimos, franquear sus límites elásticos y sangrar hasta que se forme el callo y ya no duela. A pesar de que se han relajado las viejas técnicas de hostigamiento al cuerpo, la bailarina sabe del dolor. La maquinización y la técnica lo adormecen, deja de tener esa sensación y en el caso de persistir es capaz de disimularla en su rostro angelical, aunque detrás de esa máscara se esconda una soberana de la carne bella y dócil.

lunes, 11 de abril de 2011

Mad Men


Madmen es una serie norteamericana ambientada en la década del 60’. La reconstrucción histórica de la revolución cultural en los Estados Unidos es una obra maestra. No se trata en absoluto de una exaltación patriótica de su cultura. Sin embargo, tampoco es una pieza crítica demoledora del sueño americano al estilo de “Belleza Americana” o Revolution Road;, sobre todo de esta última que, creo entender, intenta- sin éxito- imitar a Madmen en formato película. Todo en la serie gira en torno a desplazamientos de un delicado equilibrio por el que se precipitan los personajes hacia sus tragedias personales. Especialmente su protagonista, el encantador Don Dreaper. Por tanto vemos, por ejemplo, que las mujeres amas de casa no son simples víctimas de la sociedad, sino que también se constituyen como las principales administradoras del poder doméstico que, a través de ese ejercicio sobre la vida de sus maridos e hijos, amplían su radio de efectos más allá del hogar. La liberación sexual, a la vez, supone para las mujeres problemas, se enfrentan a la necesidad de pensar ¿qué hacer con esa libertad? ¿Cómo conducirse? ¿Una vez más los hombres dictarán sus conductas? ¿Qué efectos acarrean resistirse? Los hombres tampoco son dominadores sin fisuras. Aman, se desengañan, son frágiles y manipulados, y sufren los destinos trágicos prefigurados con los que contribuyen con sus propias decisiones, en un mundo que experimenta rápidos cambios a los que se adaptan mal y cargando con el peso de su pasado: infancias en el abandono, violencia, conflictos con sus padres, la pobreza, la guerra, discriminación…A la problemática de género, se suma la generacional y esa ruptura con el pasado ha sido producida por la guerra. La guerra persiste en el relato de los veteranos, pero le resulta algo sumamente extraño y difícil de comprender a quienes han nacido del “Baby boom” y en medio del Estado benefactor. A ellos les toca lidiar con nuevas fuerzas también nacidas del intento de reconciliación con la tragedia del pasado.

El final de la cuarta temporada parece generar problemas para su público. Don Draper encuentra la felicidad en Disneylandia. Los guionistas juegan con nuestras emociones e identificaciones, confundiéndonos. Se rehúsan a darle a la serie un cierre redondo y este es en nuestro tiempo una versión políticamente correcta de la crítica a los valores de las sociedades que ya han dejado de ser en nuestro mundo. Salida fácil, gratuita en estos tiempos, que nos dejaría más tranquilos: critica a la familia, mujeres victimas y/o oportunistas, hombre mujeriego sin remedio, generación nueva aburguesada, severidad y violencia, y ahí estaríamos, defendiendo lo buenos que somos ahora que hemos dejado de ser aquello. La mirada de la serie interpela críticamente a nuestro presente a través de su público y, si se quiere, más allá, a un problema existencial: el problema del sentido, el dolor y la tragedia.

En mi opinión el final se reconstruye de a partes. La verdad sobre todas esas historias que se enredan no está exclusivamente orientada por las decisiones de Don Draper. Cada personaje, como sus espectadores, tenemos intereses, pequeñas verdades, puntos susceptibles. Sus historias nos tocan de lleno, de refilón, por el centro, fibras sensibles. Y ahí salimos a defender personajes como defendiéndonos a nosotros mismos. Si nos detenemos un poco creo que es bueno pensar en esas identificaciones y lo que esperamos de esos personajes que, al parecer, nos decepcionan, porque no nos justifican. No es que quiera hacer de la interpretación de la serie una especie de subjetivismo personal. Lo que pasa a través de ellos y nosotros no es personal, es el mundo. Yo me tomé como ejercicio, a veces fallido, pensar contra ese o esos personajes con los que sentía afinidad o rechazo. La serie nos permite comprenderlos y quizá también reconciliarnos con nosotros mismos y este mundo.

Vuelvo entonces sobre esta idea de que no hay la historia, sino historias y múltiples narradores. Es cierto que Don encuentra aquello que le permite no profundizar la herida hasta el punto de destruirlo todo, esto es, de llegar al extremo de suicidarse. Los primeros capítulos de esta última temporada parecían ir en ese sentido. Estaba devastado. Por eso creo que Tomás Abraham advierte que de no hacer un giro en ese camino un destino posible era que se tirara por la ventana como en la presentación. Pues es cierto que, muy que le pese a quienes querían verlo borracho y huidizo toda su vida, la realidad es que las personas que atraviesan esas experiencias no se vuelven encantadoras sino que terminan destruidas. Que no profundice esa herida, no significa que no existe una grieta, que sigue avanzando silenciosa y que él no detiene. La grieta que hace a este personaje tan interesante sigue allí y no se irá nunca. La escena final de Draper mirando por la ventana a la nada lo representa. Betty por su parte aporta el haber entendido algo que Don todavía no experimentó con intensidad: “nada es perfecto”. Su esposo le hace entender explícitamente – y también pensamos en Don en ese momento- que no se va por ahí empezando de nuevo, con nuevos orígenes. No hay orígenes, siempre estamos en el medio de las cosas, viviendo. Don encontró un impasse de felicidad y paz, no una salvación ni una vida Disneylandia. Faye, como buena vaticinadora que basa sus predicciones en el estudio de las conductas de las personas, sabía que a Don le pesaba ese vacío y la soledad. Esto es también lo que le dicen las cartas de Tarot a través de Anna. Faye anticipa asimismo algo de lo que puede seguir cuando afirma que el sentido aparece para Don en los inicios, en el comenzar algo, donde puede revelar quién es y se aleja de su pasado. En el fondo, quizás ella tuvo la esperanza de ser la protagonista de ese nuevo comienzo, incluso a sabiendas que no podía ser nunca definitivo, pues él siempre está empezando de nuevo e incluso conociendo que carecía de las aptitudes que probablemente él buscara para su vida (“en un año estarás casado” le dice y tras el episodio con su hija, se revela que ella no puede cumplir ese rol que para él tiene un valor para alcanzar cierta estabilidad en su compleja relación con su familia). Don encuentra la estabilidad en el trabajo, pero a veces, el trabajo no da las respuestas a la durabilidad. La tragedia se avecina si pensamos que Don ha confundido el trabajo con la labor. Se ha fabricado una situación para dar estabilidad y durabilidad a su vida personal. Pero los nuevos comienzos son frágiles e inciertos, no se sostienen ni se administran como una campaña publicitaria. Veremos qué pasa en la próxima temporada.

Finalmente, la reacción de Peggy se comprende por su experiencia. Ella sufre su decisión de haberse fugado del mundo femenino hacia ningún lado, puesto que en el mundo de los hombres nunca será reconocida completamente como una igual. Me parece que no aspira a negar su condición de mujer (y todo parecería indicar que se reencuentra con ello), lo cual no alivia su conflicto. Finalmente Joan, quien sí usó sus estrategias femeninas para hacerse un lugar, sin embargo, rechazó una y otra vez, al igual que Peggy, ser una de esas chicas “en busca de matrimonio”. Quizá lo rechazaron o quizás nunca podrían haberlo conseguido de esa forma. La cuestión es que ellas, a la vez que se sienten orgullosas de eso, no dejan de sentir el peso social que significa.

Por todas esas contradicciones esos personajes son tan interesantes. De Megan, en cambio, no sabemos mucho, como de la Joan de Roger. Quizás por esa razón nos parecen personajes un poco aburridos. Y, también, es probable que por esa apariencia que presentan los comienzos, la de mujeres y hombres que consiguen lo que quieren, son bellos, espontáneos, felices, no tienen frustraciones, y se mueven por pasiones con las estrategias incluso más traicioneras, reaccionamos a ellos. En el fondo despiertan nuestras frustraciones. Queremos más, y no sabemos si quiera, dice Don, a dónde nos llevará eso. Les exigimos una moralidad que nos redima, que haga parecer al mundo más justo. Nada sucede de esa forma en la vida. Y en ese sentido, la serie es un artificio que expresa muy bien la complejidad de la realidad misma y por eso no nos deja irnos a dormir tranquilos.