lunes, 24 de mayo de 2010

A PROPÓSITO DEL BICENTENARIO


La libertad a la que solemos evocar como la conquista de 1810 no se ha traducido en Argentina en la concepción de la libertad como un constante iniciar. Se vive aún en la idea de un continuo con ese primer recomenzar la libertad. La libertad es y seguirá siendo para nosotros desde entonces el liberarnos de la condición de colonias. En este sentido la historia es la limitación más profunda y fundamental de nuestro país. El tiempo es la condición de lo irreparable y los hechos consumados del pasado, que escapan a nuestro dominio, pesan a la vez sobre nuestro destino. En la Argentina no parece dominar una melancolía por el pasado y el fluir de las cosas que lo deja atrás, sino se vive una alegre tragedia que instaura una suerte de inmovilidad de un pasado imborrable que condena a cualquier iniciativa a no ser más que una continuación. La palabra libertad se evoca en referencia a un pasado cercano calamitoso en el que planes pergreñados por agentes externos intentan volvernos una colonia. Los dilemas políticos del país se constituyen así en simple epifenómeno de las políticas externas y de las acciones de la “derecha”. Se invocan también los fantasmas de un origen cultural y político puro, una raza de héroes moralmente íntegros y patriotas a los que quienes se proclaman como sus herederos vendrían a vengar, mientras en todos los países del mundo estos héroes fueron bajados a piedrazos de sus pedestales para ser comprendidos como hombres de carne y hueso. Se alude también a un primer estado ideal de las cosas que ha venido degradándose y que es preciso restituir. Esta es la versión decadentista de la historia argentina que el revisionismo ha difundido a partir de la década del 30’ .Si la verdadera libertad, el verdadero comienzo, exige un presente que siempre recomience eternamente la libertad, entonces no hemos podido aún liberarnos del pasado que domina cualquier intento de actualidad. Desconocemos las expresiones que nos permiten modificar desde el presente las acciones del pasado y liberar al hombre del fatalismo que este comporta. Se trata acaso de dejar quizá de aceptar con resignación o por afinidad ese sentimiento de identidad entre el yo y el cuerpo del pasado como si fuera uno y continuo. Dejar de considerar que lo más auténtico es ese engarzamiento del que no es posible liberarse. Porque desde entonces toda estructura social, todo pensamiento, toda acción sobre el mundo, que intente liberarse de ese pasado entendido como origen puro, heroico y verdadero fondo cultural, como lo más genuino y auténtico, será visto como sospechoso, una traición o impostura. La democracia nos parece una mentira, el Estado de derecho es una farsa, el ser un país responsable por sus acciones es una perogrullada de los imperios que nos dominan, el individuo es el léxico de las burguesías farsantes, la libertad es la voluntad de un gobierno que se niega a reprimir y no el ejercicio de una resistencia a su palabra, etcétera. Es preciso salir de esta concepción del hombre que tiene como su centro ese complejo de encadenamiento como base de su destino, huir de esa concretización de ese racismo cultural que se explica por el cuerpo histórico, y que como tal cultura no existe, la inventa, como a los otros extraños y amenazantes que pretenden dominarla. Es preciso revertir el hecho de que el poder de dudar se haya vuelto en falta de convicción. También problematizar esa pérdida del ideal de libertad que se troca tan fácilmente por la aceptación de formas políticas degeneradas ¿Será posible asumir que la libertad exige un esfuerzo para por fin dejar de regocijarnos en lo que ese pasado aporta de comodidad? ¿ Acaso la Argentina aceptará que existe algún tipo de pensamiento libre que opte y se comprometa con la elección de una verdad y ya no quede solo ligado a algunas de ellas, como se liga a todos aquellos que forman parte de ese pasado inventado? ¿Podemos soltar ese encadenamiento a la carne del tiempo para dejar de vernos rechazando el poder de escapar de nosotros mismos? ¿Es decir, es posible en estas fechas pensar contra la Argentina, sin que se ejerza sobre nosotros el poder de la obligación de esa autenticidad o sinceridad histórica que confunde lo concreto con la brutalización de la existencia? La verdad histórica debe tender no a su universalización ni tampoco a la imposición de no apartarse de ella y su origen a quien la ejerza. Quizá pueda orientarse a la creación de un mundo nuevo ¿ Es posible un nuevo modo de experiencia política en la que el tiempo pasado no triunfe sobre el presente extendiendo, conquistando, su influencia sobre el cuerpo del hoy? ¿ hay lugar para un nuevo modo de existencia en la Argentina en la que el tiempo deje de estar del lado de lo irreparable? ¿Cuáles son las condiciones que se deben respetar para acceder a un verdadero comienzo, en tanto único medio de rehabilitación del presente que rompe el trágico juego de los excesos de historia?