lunes, 2 de agosto de 2010

PUAM- 2009. “Historia argentina y medios de comunicación” Primera Clase: La construcción de la opinión pública.


Quisiera introducir el relato más estrictamente histórico acerca de la construcción de la opinión pública en la Argentina decimonónica, con el artículo de Tomás Abraham “La construcción de una contraopinión” publicado en la compilación de artículos de su autoría en el libro El Presente Absoluto. La elección de este punto de partida responde a dos intereses: por un lado, Tomás Abraham realiza allí una breve genealogía del valor de la opinión en la historia occidental hasta nuestros días. Por otro lado, para que a partir de ello podamos pensar qué tienen en común y de distinto las manifestaciones de la opinión pública en el período de construcción del Estado Nacional argentino con nuestra actualidad. Especialmente, me interesaba que pensáramos entonces de qué manera se habría constituido y qué valor habría adquirido en la Argentina un espacio particular, casi inédito, que hizo posible el “entre”, la multiplicación de opiniones, espacios de sociabilidad y la diversificación de la prensa. Me refiero al espacio público y la llamada sociedad civil y sus redes, que no aparece como un capítulo importante en nuestra historia. Múltiples actores, voces y saberes que, a pesar de que este período de nuestra historia está teñido por los colores brillantes y vetustos de los próceres, las corporaciones y las instituciones consagradas, parece haber tenido algo de grisáceo esplendor sin siquiera ser percibido. Algo de lo que somos efectivamente lo condenó al olvido.
Una de las especificidades de nuestra actualidad es el fin de los grandes relatos y su consecuencia, la emergencia de los saberes fragmentados. A partir de lo cual asistimos a un nuevo régimen de temporalidad y por ende de historicidad. Nuestro presente, a diferencia del presente de los de los filósofos del liberalismo, los enciclopedistas, los ilustrados de la modernidad y la opinión pública, tiene una particularidad: es absoluto. No lo podemos conocer en su totalidad. La dinámica de los tiempos, la velocidad en la que viaja la información, la multiplicación de hombres que producen ideas e información, impone saberes fragmentados, discontinuos, locales y específicos. Y en consecuencia allí tenemos ante nosotros un problema derivado de la reconstrucción de las historias universales, totales o lo que se ha llamado los grandes relatos, que nos obliga a elegir la información, supone vivir con la imprevisivilidad de la historia y preguntarnos ¿Qué es lo que hay que elegir? ¿Por dónde comenzar? ¿Cómo periodizar, recortar, seleccionar? A la vez, afirma Tomás Abraham, este estado de cosas impide la pretensión de arrogarse un saber total, pues es temporalmente imposible. Ya no puede existir, y no deberíamos reclamarlo. La crisis de los grandes relatos ha liberado a muchos saberes, conocimientos, pequeñas verdades, acontecimientos, testimonios, de los anillos conceptuales de las grandes explicaciones.
En relación a lo anterior, la segunda característica que Abraham le atribuye a nuestro presente es la reaparición de un conocimiento que los griegos llamaron Estocástico. Se trata de un conocimiento conjetural, que cambia y muta con facilidad, afectado por el azar, lo contingente, la probabilidad. Su nuevo agente es el intelectual específico. Su exterioridad es la democratización de la opinión.
La imparcialidad, prima cercana de la opinión, heredada de los antiguos, para Hanah Arendt, era considerada por Tucídides el tipo de objetividad más alto que se conocía, en tanto dejaba atrás el interés común que será propio de las historias nacionales y la concepción belicista de la historia. Los griegos fueron quienes descubrieron el perspectivismo para Arendt: que el mundo se observa siempre desde un infinito número de posiciones diferentes, a las que corresponden los más diversos puntos de vista. Esta idea supone que los griegos aprendieron no a comprenderse a sí mismos, al hombre, sino a mirar al mundo desde la posición del otro. No hay un hombre individual, como totalidad, ni realización personal, sino diversas voces en diálogo mediadas por el interés y lo que está en medio es la trama de acciones en la que nos insertamos, el mundo. Esta valoración de la imparcialidad no sobrevivirá ni a Platón ni al cristianismo. Platón desvalorizaba la opinión por su carácter cambiante, estratégico y por estar guiada por las apariencias. La oponía al conocimiento, que era sólido, trascendental y por tanto perdurable, que daba cuenta de lo real.
De modo que desde entonces se plantea una distinción que llega hasta nuestros días:

opinión/ conocimiento
engaño-la apariencia/ verdad-lo real
caducidad/ perdurabilidad
Banal /trascendente
Quienes practicaban la opinión como estrategia persuasiva, para convencer a sus interlocutores, eran justamente los sofistas, quienes se entrenaban en el arte de tener razón.
Por su parte, el cristianismo, en la medida en que al consagrar al hombre como el ser supremo sobre la tierra, poniendo énfasis en la importancia del interés personal como homólogo de la salvación individual, deja sin efecto a la objetividad practicada por Tucídides como fundamento en la vida política. La consecuencia de esta operación fue que la objetividad perdiera su validación por la experiencia y se desvinculara de la vida real, que el objeto del desinterés fuera la política, desinterés en tanto virtud religiosa y moral y en cuanto el objeto de comprensión no será desde entonces el mundo, sino el hombre.
Si bien durante el siglo XIX se produjo un reencuentro entre historia y naturaleza, la disciplina histórica se entendió mal a sí misma, afirma Arendt, al someterse a las normas de los naturalistas que las ciencias modernas habían comenzado a liquidar. A través de la historia, y asociada a ella, pervivía una idea de objetividad según la cual el historiador creía que la historia era un fenómeno aprensible como un todo mediante la contemplación, que una providencia divina la conducía la salvación de la humanidad y que sus comienzos y sus fines se conocían siendo susceptibles a ser contemplados también como un todo. Es decir, negó la imparcialidad, divorciándose de los conceptos propios de la nueva conciencia histórica de la modernidad. Entre tanto, Spinoza consideraba a la opinión como superstición (un dios malicioso) y Decartes indicaba que era ya imposible creer en nuestros sentidos (el cuerpo era tramposo). Será especialmente la ilustración quien revalorice la opinión, a partir de que esta adquiera la cualidad de ser pública. La famosa opinión pública es posible entonces gracias a la distinción de una esfera pública y una privada. La opinión dejará de ser un conocimiento falso y se multiplica en variados espacios, salones literarios, folletos, cafés, gacetas, teatros, etc. quedando aún atrapada, según Rousseau, en el mundo de la vanidad, de las apariencias y poses sociales. Durante el siglo XIX el marxismo y la sociología impondrán la ideología por sobre este otro tipo de saber.
En la actualidad, la revalorización de la opinión está vinculada a una nueva formación cultural, y especialmente a la aparición de una técnica, la técnica de Marketing, al estudio de nuestras opiniones, preferencias, gustos, a partir de la que se extraen datos, cuantificándolos y cualificándolos, por medio de encuestas e incluso gracias a los medios de comunicación. Esta nueva modalidad de opinión pública tiene como particularidad entonces no estar dirigida especialmente al ciudadano, sino a un nuevo sujeto social: el consumidor. Su efecto, la democratización de la opinión, diluye la jerarquía entre el que sabe y el que opina. El periodismo, vuelto en labor plebeya del mundo de la información, opera como reaseguro del sentido común, de lo que ya se sabe, de las convicciones y los prejuicios. Los medios de comunicación, en tanto empresas, se ven afectados por los empresarios, avisadores y consumidores más decisivamente. A la vez, la producción de la noticia construye el acontecimiento y un cronograma de intereses, siendo la novedad el móvil de una máquina de olvidos. Ante esta nueva realidad, es que Tomás Abraham propone la contraopinión, una palabra de oposición que abra nuevos espacios de pensamiento, que nos ubica en un lugar no de mera recepción, sino activo, de construcción de un pensamiento activo que crea intersticios, fisuras, por los que fluye.
Ahora bien, Buenos Aires es actualmente la ciudad con más periódicos en el mundo y fue allí el foco principal de la construcción de la denominada vida pública, a partir de lo que Tulio Halperín Dongui caracterizó como un “renacimiento del liberalismo” luego de la caída de Rosas. Toma la forma de un florecimiento de redes sociales diversas a partir de agrupaciones de ayuda mutua, clubes sociales, culturales, deportivos, logias masónicas, asociaciones de los primeros inmigrantes que comienzan a arribar al país, sociedades profesionales, agrupaciones festivas, carnavalescas, organizadas para coordinar eventos.


La diferencia con otras formas asociativas de la colonia, era que su ingreso no era por costumbre y tradición, sino por propia voluntad de los individuos reunidos para llevar adelante un objetivo, que se inscribían ya en los principios de la igualdad y la libertad de la modernidad. En parte esta explosión del asociacionismo, de la libre expresión y la libertad de prensa (el actor que más nos interesa a nosotros) estuvieron ligadas a una necesidad de reafirmar el triunfo sobre el rosismo. Pensemos que la oposición a Rosas le habría cuestionado el uso del terror, la excesiva centralización del poder arbitrario en su persona, la persecución a la disidencia, la escasa posibilidad de organizarse y sociabilizar de la población, la censura a la prensa, etc…este régimen que nacía de la derrota de aquél no podía menos que diferenciarse cumpliendo las promesas que lo habían llevado al poder y celebrando la libertad de su razón más elevada. Y efectivamente, los gobiernos sucesivos de la provincia de Buenos Aires, desde Mitre hasta algunos autonomistas, estimularon esta expansión de la sociedad civil. Aunque el ímpetu más importante fue de la propia gente que comenzó a organizarse.
El espacio público va a aparecer primero ligado a la asociación. La posibilidad de los hombres de desarrollar su capacidad de asociarse por objetivos comunes en igualdad va a adquirir un valor y una medida de civilidad, una marca de civilización. Decía el presidente de la Sociedad Tipográfica Bonaerense en 1862, “La asociación es la idea que marcha a la vanguardia de la civilización universal”, era una condición del progreso y de el cumplimiento de la promesa de igualdad de los hombres, la realización de su libertad a través de la razón, el ingreso al orden y a la modernidad del mundo occidental.
Y a la vez, si tuviéramos que imaginarnos a la ciudad de Buenos Aires, veríamos que es una ciudad de conflictos y tensiones entre lo viejo y lo nuevo, y por ello fundamentalmente el panorama es de una dinámica de profundo cambio, especialmente en la estructura social: vemos que el desarrollo económico va estar vinculado a la llegada de los inmigrantes varones (italianos, españoles, alemanes e ingleses) y migrantes internos de otras provincias que se sumaban a las actividades productivas de la ciudad ligadas al comercio, los servicios, los trasportes, aparecen los cuentapropistas, pequeños propietarios, la clase asalariada, etc..que darán lugar a las asociaciones de inmigrantes, comerciales y de trabajadores.
Por otro lado, también la élite económica social, cada vez más enriquecida con el comercio exterior, la ganadería de exportación y las finanzas, compartiría sus espacios de sociabilidad cada vez más con los ilustrados, los dirigentes políticos, los artistas e intelectuales jóvenes. Estas redes de sociabilidad de la élite se constituirán como vías para el ascenso social o la descalificación pública.
Entonces en ese contexto el asociativismo era una suerte de red social que permitía a buena parte de la población: unirse para satisfacer las necesidades surgidas de las nuevas relaciones económico sociales (conseguir trabajo, ayudar a viajar a familiares, conseguir viviendas, hacer circular información, ayudar a quienes estaban más desprotegidos, especialmente los extranjeros); construir lazos de pertenencia, especialmente para los extranjeros que carecían de vínculos primarios; representar y defender intereses sectoriales y desarrollar actividades recreativas, culturales y educativas. Las más importantes fueron las sociedades de ayuda mutua. Y su objetivo central era reunir fondos para crear mecanismos de asistencia en materia de salud, enfermedad, desempleo, invalidez, ahorro y apoyo educativo. Hay que tomar en cuenta que ese mundo anterior a 1950 no había conocido el Estado de Bienestar (casi no había un Estado consolidado a fines del siglo XIX) o las políticas sociales del liberalismo aún, de modo que la desprotección y vulneración de los sectores que nacían del desarrollo económico (los nuevos migrantes del campo a las ciudades, inmigrantes, desocupados, enfermos ante la proliferación de epidemias por la cada vez mayor urbanización y el deterioro de las condiciones de vida por el tipo de trabajos de las ciudades y las formas de vida) se paleaba a través de formas asociativas espontáneas para ofrecerse ayuda y asistencia.

Hubo asociaciones de tres tipos:
Las asociaciones de ayuda mutua de inmigrantes (los primeros fueron los franceses, allá por 1854) destinadas a la asistencia entre ellos, a la construcción de la propia colectividad, la dirigencia establecía vínculos con otras colectividades y también con las élites políticas, periodistas e intelectuales (sobre todo los italianos tuvieron gran interés de integrarse a la política local). Un personaje con el que la colectividad italiana tenía mucha afinidad fue Mitre, era invitado, orador de celebraciones, miembro honorario, e incluso tuvo apoyo de sus hombres en los levantamientos de 1874 contra la elección que denunciaban fraudulenta de Nicolás avellaneda.
Asociaciones por oficio que son consideradas los antecedentes de los sindicatos, que a los objetivos de protección más generales, se sumaban los de defensa corporativa del oficio. Pero no participaban de ellas solo trabajadores, sino también cuentapropistas, los empleadores, empresario, esto las distingue de los sindicatos o gremios como los que surgirán más adelante. También los primeros fueron los franceses peluqueros, luego zapateros, costureros, tipográficos, panaderos, etc. algunas empezaron a tener sus propios folletines o publicaciones en las que escribían o editaba incluso personajes de la élite también.
Los tipográficos fueron los primeros en protagonizar una huelga.
El mutualismo de la comunidad negra compuesta por descendientes de esclavos africanos introducidos en el río de la plata, además de prestarse ayuda, practicaban su religión, bailes y fiestas.
Otras formas adoptaron la masonería, círculos literarios y musicales, clubes, asociaciones profesionales como la asociación médica y asociaciones organizadas para celebrar los carnavales.
La expansión de la prensa también fue más rápida en buenos aires que en el resto del país. En 1852 se publicaron 30 periódicos nuevos, algunos que fueron prestigiosos y permanentes como El Nacional o Los Debates o La Nación Argentina más tarde. Hacia 1880 se publicaba un ejemplar cada cuatro habitantes, es una cifra sorprendente. Nos habla de que el público lector tenía que ser bastante amplio para consumir esa cantidad de periódicos y también habla de una progresiva mejora de los niveles de alfabetización. Es decir, crecía un público lector potencial, pero para ello, la prensa tendría que dejar de ser una prensa representante dependiente del financiamiento de facciones o familias, para constituirse en una prensa que fuera cada vez más un actor social y político de la ciudad, para el hombre de la ciudad, y por tanto más independiente, de variados puntos de vista y destinada a un público más amplio. La prensa progresivamente sería a la vez una necesidad para quien quisiera tener presencia pública, defender o expresar una opinión, presionar por sus intereses. Era una forma de aparecer, no solo socialmente, sino también políticamente. Y desde entonces también aparecen distintos tipos: Por ejemplo, los diarios, los había, en lengua extranjera para los inmigrantes, los diarios políticos y económicos que eran los más destacados, luego los abocados a asuntos científicos o culturales. También las revistas y folletines.
Como se operó este paso de la prensa facciosa a la prensa con cierta autonomía de las luchas políticas. Bueno, en primer lugar, empezaron a tratar temas internacionales, información comercial, se producían editoriales de interés general y no solo político, se introdujeron los avisos a los que accedía un público más amplio que buscaba trabajo, o hacer compras particulares. Además el aviso pago brindó una fuente de financiamiento externa a la de las élites o facciones políticas. De modo que comenzaron a aparecer diarios que no se dedicaban a relatar las luchas facciosas, por ejemplo, los de los inmigrantes, con los que comenzaron los otros a disputarse un público, obligando de alguna forma a modificar su carácter, como La Patria Italiana, El Correo Español, o La Juventud de origen africano. De la prensa facciosa se destaca El nacional, un diario de la facción sarmientista dirigido por Velez Sarfield. La tribuna, dirigido por los hermanos Varela, de tendencia autonomista. Los debates, creado por Mitre, que fue cerrado por Urquiza y reapareció en los 60. Pero había otros, por ejemplo, satíricos como El mosquito, El bicho colorado, La farsa política y femeninos como La camelia o El álbum de señoritas; también étnicos como La raza africana; de asociaciones como El artesano, El peluquero, también algunos diarios menos fijos o publicaciones en folletines. Ya hacia 1860 los más importantes serán La Nación y La Prensa, que gozaron junto con La República de cierta independencia.
Entonces por esos años tenemos una disputa entre una prensa que era órgano de propaganda, subordinada económicamente por los apoyos financieros de los partidos o del Estado, donde los periodistas, editorialistas, eran figuras políticas o de la élite, cuyos temas eran exclusivamente las luchas políticas. Pero por otro lado, emerge una prensa que fue definiendo un espacio propio, que buscaban una mayor autonomía, aparecen cada vez más figuras periodísticas independientes, generando sus propios estilos, que si bien podían ser simpatizantes, no estaban en una posición de dependencia. En cuanto a la diagramación de estos periódicos, notaremos que una diferencia fundamental con la actualidad es la ausencia de imágenes y las caricaturas solo estaban reservadas para los diarios satíricos. Se ve que entonces que la valoración de la imagen que no era realista era mal vista, se entendía y se reproducía directamente como una burla, y el burlarse de figuras no era una práctica propia de los diarios serios. Su formato era grande, con diagramaciones uniformes y variaban quizás las letras. Pero no había una técnica desarrollada al respecto y notamos también que entonces la configuración y el atractivo, como la guía de la lectura, no eran preocupaciones de sus diseñadores como hoy es una marca o impronta que distingue un periódico de otro. El tema de la marca y el estilo en las formas (y no en los contenidos) es bastante reciente también. Tenían más o menos cuatro páginas y en la primera iban siempre las noticias del exterior (esta es una costumbre que va a conservar el diario La Nación hasta bien entrado el siglo XX, representaba una señal de erudición y tiene que ver con su público). Luego se reproducían documentos oficiales (casi se trascribían y no se interpretaban) y en la segunda página se anotaba la editorial u opinión a la que seguían las noticias nacionales y locales, para el final destinarlo a la información económica, mercantil, de la aduana y los avisos.
A pesar de esta cada vez mayor independencia el periódico comenzó a ser una pieza clave del sistema político. Se lo consideraba fundamental para el desarrollo de las formas republicanas y forjar la llamada opinión pública. Se valoraba la libertad de prensa, pero igual en momentos conflictivos como durante la guerra entre Buenos Aires y la Confederación, la guerra del Paraguay y las rebeliones mitristas o levantamientos de las montoneras) hubo control oficial y censura. Que haya censura nos da la pauta de que el diario cada vez más podía ser un instrumento de crítica a las élites en el poder. Pero lo cierto es que la Argentina ya desde entonces tiene una tradición en incorporar a su prensa los debates políticos entre dirigentes y diversos personajes, desarrollar discursos políticos, interpelar a funcionarios del gobierno y a diversos actores con decisión política, eran parte del escenario político y estaban involucrados en el juego partidario, es decir, eran un poder capaz de limitar el poder del Estado.