viernes, 15 de enero de 2021

Imperialismo

La pandemia del COVID 19 parece un gran acelerador, precipitador, de los conflictos internos de las naciones y también de las contradicciones globales, que se gestaron tras la alianza entre China y los Estados Unidos, para expandir el capitalismo en los rincones más remotos del mundo. Como advertía Paul Virilio en “Velocidad y Política”, la velocidad tiene como correlato político, un incremento de la violencia. Ya lo notamos en las políticas de los Estados destinadas a administrar la pandemia que han resultado ser a costa de las libertades de la ciudadanía. Bajo esa aceleración, y la agudización de las desigualdades regionales, la gestión de la pandemia,expone a las sociedades, sobre todo las más frágiles, a los peligros que engendran nuevas formas de guerras civiles o rebeliones. La escala global de la catástrofe- efecto de la globalización de nuestros problemas como humanidad-, ha sido la consecuencia de la explotación de zonas naturales y campos de la sociedad hasta ahora no intervenidas o exploradas. Evocando situaciones de “emergencia”, la movilización general de recursos naturales y de la población por regímenes pseudo autoritarios en las periferias, montados para satisfacer las demandas de los países ricos que disfrutan del consumo de esa producción, libertades políticas y sistemas democráticos estables, ha establecido un sistema global de frágiles equilibrios, que ha comenzado a manifestar efectos impredecibles. La ciencia y tecnologías de la información, al servicio de la política y la construcción de mentiras performativas, ha contribuido a desencadenar procesos que somos incapaces de prever, así como a disolver los contornos entre la ficción y la realidad. Los gobiernos fabrican eventos que imitan al acontecimiento histórico. Que puedan pasar por hechos históricos se debe a que son reproducidos al igual que esos otros a través de los medios de comunicación. Cuando se revela su naturaleza, como en el caso del asalto al Capitolio en los Estados Unidos, se expone lo que son: golpes de variada índole. Los golpes a las instituciones del siglo XX, sobre todo los fascistas, han tenido una escenificación y una propaganda elaborada, como la marcha sobre Roma de 1922, el Putsch de Hitler de 1923, el atentado a la embajada alemana en Francia y La Noche de los Cristales Rotos. Este nuevo estatuto de la mentira, que según Simona Forti es un descubrimiento de los totalitarismos del siglo XX, sienta las bases para movimientos que hacen peligrar la consistencia misma de lo que entendemos por realidad, y por lo tanto, al mundo. Finalmente, Europa, América del Norte y demás países desarrollados, están contribuyendo a que, por un lado, Latinoamérica, parte de Asia y África, estén siendo el escenario de experimentación de investigaciones sobre vacunas, a la vez que son relegados en las facilidades para la adquisición de las mismas. Argentina tiene el mayor número de voluntarios de la vacuna Pfizer cuando no ha logrado cerrar un contrato con la farmacéutica. Mientras, Canadá, posee nueve veces las dosis necesarias para su población. Por otro lado, las poblaciones del Tercer Mundo, carecen de protecciones contra la intromisión en sus datos por parte de las corporaciones que dirigen las redes sociales, servicios de mails, plataformas, etc. En estas regiones, asimismo, la ofensiva por la explotación de sus recursos naturales es feroz. Las grandes potencias luchan en la región, movilizando a sus grupos aliados y propiciando verdaderas guerras de poder. Esto es evidente en los intentos de control de la producción energética, pero sobre todo de materias primas, que impacta en la industria alimenticia. Basta ver las manifestaciones de productores agropecuarios de Argentina como en la India, por medidas que suponen el ingreso de corporaciones al mercado de la producción agrícola, ya sea a través de la liberalización o la mayor intervención del Estado que realiza acuerdos con sus nuevas metrópolis. Si algo se aprendió del período de entreguerras fue que, la movilización total para administrar masas poblacionales y recursos, en contextos de extrema desigualdad, engendra contradicciones y una violencia, que cuando la crisis se agudiza, busca ser canalizada. La liberación de toda esa represión, de no establecerse controles para evitar la caída, puede ser organizada por el fascismo. Pero vencer al fascismo, o impedir que llegue a tener los recursos del Estado, no garantiza que todo ese impulso reactivo no estalle en un caos social. Las naciones desarrolladas occidentales deberían no incurrir en los mismos errores que llevaron en el pasado a una tragedia que tuvo a las colonias de laboratorios. La principal causa de la mayor catástrofe de la historia de la humanidad fue el Imperialismo.

viernes, 11 de diciembre de 2020

Impotencia

"Jamás ha sido tan imprevisible nuestro futuro, jamás hemos dependido tanto de las fuerzas políticas, fuerzas que parecen pura insania y en las que no puede confiarse si se atiene uno al sentido común y al propio interés. Es como si la Humanidad se hubiera dividido a sí misma entre quienes creen en la omnipotencia humana (los que piensan que todo es posible si uno sabe organizar las masas para lograr ese fin) y entre aquellos para los que la impotencia ha sido la experiencia más importante de sus vidas" 1914 fue la primera vez que la Humanidad se encontró ante el dilema que describe Hannah Arendt en esa frase que pertenece al prólogo de Los Orígenes del Totalitarismo en 1951. Primera vez, al menos, a escala mundial. Una vez iniciada, la reacción en cadena producida por el estallido de la Primera Guerra Mundial, en un período de veinte años, creó las condiciones para el ascenso de los totalitarismos. Treinta y siete años después, Arendt escribía aquello “con un fondo de incansable optimismo y de igualmente incansable desesperación”. El desastre no había podido ser evitado. Aquello no debió haber ocurrido. Habría que decir, a favor de los hombres y mujeres que experimentaron esos tiempos de oscuridad, como señala Bretch en A la posteridad, que no se sabía qué era exactamente lo que había que evitar, puesto que aquella mundialización de los conflictos y solapamiento de violencias (desde las violencias locales, entre las potencias mundiales, los conflictos entre religiones seculares, entre clases sociales y entidades políticas entendidas según una supuesta base biológica), no tenía antecedentes. Se subestimó la gravedad de los conflictos bajo la ley de “todo es posible”. Pero si algo nos enseña aquella experiencia,–además de que no todo aquello de lo que somos capaces tiene necesariamente que ser realizado–, es que no se llegó a esa situación de un momento a otro. Durante veinte años, hubo fuerzas en el mundo para resistirlo y otras tantas para propagarlo; finalmente las primeras se quebraron y las segundas se impusieron, aún cuando el resultado fuera distinto a lo esperado por muchos de sus propagandistas. Que tuviera otro “aspecto”, que no hubiera revelado todo, no es una excusa. Un tiempo más tarde, Arendt decía también que ante estas situaciones límites, no hay tiempo para “conocerlo todo”, porque producir un conocimiento exige una duración (y en nuestro caso, no me refiero solo al conocimiento científico sobre virus del cual se desprende la elaboración de una vacuna, sino el conjunto de efectos sociales, políticos y económicos que ha desencadenado y que ya parecen irrefrenables, sobre los que es necesario intervenir con políticas tan inéditas como el acontecimiento).El tiempo durante el que es necesario evitar “lo que no debe suceder” es el tiempo de la política. No se podía esperar a descubrir la verdad o comprender las causas históricas del nazismo, señalaba Arendt, para hacer un juicio y tomar decisiones para combatirlo. El fascismo no fue simple odio al “otro”, fue también suicida, una gran organización de la impotencia por parte de líderes que sintieron que tras conquistar el Estado podían hacer lo que querían si se podía organizar a masas. Para sus víctimas, tanto los perseguidos, encerrados y exterminados en los campos de concentración, como aquellos que apoyaron al régimen que destruyó la trama social en la que vivían, los recursos con los que podían producir, que propició su propia decadencia moral. El fascismo no son ideas encarnadas, es la expresión de un derrumbe. Todos fueron alcanzados por el derrumbe civilizatorio. La impotencia de las masas y la omnipotencia de los liderazgos, crea el fascismo. El fascismo no se combate sermoneando y mucho menos creando restricciones. La libertad de las personas debe ser garantizada, no por motivos de ideología liberal, sino para evitar que la impotencia sea la experiencia más importante de la vida de las grandes masas de población que temen por su vida y su futuro.

lunes, 18 de abril de 2011

Black Swan


Wendy Whelam, prima ballerina del New York City ballet, comenta que Black Swan está construida sobre una investigación sobre el mundo del ballet desarrollada por bailarines de la que ella misma participó. Esta colaboración es notoria, ya que la película está muy bien documentada, llena de detalles y referencias muy específicas que quizás pasaron desapercibidas para un público que desconoce los entretelones de este ámbito. Pero es posible también pensar que esos mismos bailarines han sido la fuente y el material de Aronofsky con el que dio forma a esta obra sobre la específica subjetividad de estos artistas.

La reseña de Whelam revela cierta justificación de lo que la película expone como problema. El común de la gente salía del cine compadeciéndose porque la chica estaba loca. Pero los comentarios de bailarines sobre el film que leí por internet son diferentes. Resulta un poco sintomático que realizaran evaluaciones y juicios sobre las performance de Natalie Portman en tanto bailarina, obviando el hecho de que ella es actriz y no una bailarina con el nivel técnico para representar el rol principal del Lago de los Cisnes y que, por tanto, seguramente fue reemplazada por otras bailarinas dobles en las escenas de dificultad técnica. Otros tantos cuestionaron que la representación del mundo de la danza que realiza la película no se ajustaba a la realidad. Es decir, no les ha gustado y, como mínimo, los ha incomodado.

Y es que Black Swan no se inscribe en las películas de danza y ballet como The Turning Point, Flashdance o Center Stage por citar algunas en las que el mundo de la danza es retratado según cierta relato más edulcorado del camino a la fama o al éxito. Quizá, como se ha indicado en otras reseñas, tenga cierta afinidad con The red shoes o la menos citada Innocence de Lucile Hagzihalilovic, directora francesa que es pareja del polémico Gaspar Noé. Film, estos últimos, en los que se establecen conexiones entre la tortura al cuerpo y la psiquis, por un lado, y la disciplina y control sobre la sexualidad de las jóvenes. La película tiene muchas referencias y reflexiones sobre prácticas y situaciones de este tipo que están naturalizadas en el ámbito del ballet, pero desde un enfoque más bien psicológico.

Practiqué ballet desde los 9 hasta los 15 años. Lo abandoné porque entendí que mi cuerpo había alcanzado cierto límite. Descubrí un día que había llegado a un punto infranqueable. No había trabajo que pudiera modificar ciertas predisposiciones corporales. La danza como la música exige cierto talento nato para distinguirse, no es solo trabajo duro. Me interesaba el pensamiento, requería esfuerzo y estudio. No podía hacer todo. Progresivamente dejé de ir a mis clases de danza y más tarde emprendí una búsqueda. Me encontré con la filosofía y la historia. Tiempo después volví a tomar clases de danza pero no me arrepentí de mi decisión. Siendo parte de ese mundo y examinándolo ya no formando parte de él, considero que el retrato de Black Swan se ajusta bastante a la realidad. Whelam misma lo reconoce y comenta que se ha sentido identificada en tramos de la película, reconociendo incluso momentos de su carrera en escenas, aunque no parece incomodarle revelarlo.

Días antes de ver Black Swan hablaba con mi amigo Mariano acerca de la existencia de ciertas similitudes entre la filosofía y la danza. Nos referíamos a esta fuerza y afección sobre sí mismo, trabajo meticuloso de tallado para hacer de este sí mismo una obra de arte. Alcanzar cierto brillo que pueda ser reconocido y recordado por otros, cierta belleza, implica hacerse un estilo. Los bailarines no tienen una vida separada de la danza, hacen de su arte una forma de vida. Solo algunos alcanzan sin embargo un estilo, se distinguen por una particular calidad de movimiento, musicalidad de sus músculos, expresión en sus brazos, extensión de sus miembros, interpretaciones de algunos personajes que los vuelven únicos, etc. Producen una variación en la repetición de una misma obra que ha sido representada desde el siglo XIX hasta esta parte por numerosos bailarines. Los grandes bailarines de la historia son quienes han hecho de una vieja coreografía una nueva obra, como si nunca antes nadie hubiera sido capaz de representarla de esa forma, provocando en el público un efecto similar al de estar ante un pensamiento nuevo sobre un clásico.

Actualmente, sin embargo, el virtuosísimo modificó en parte este arte, porque la medida de esa distinción no es el estilo, ni una variación, ni una deformación particular en el lenguaje del cuerpo, un desequilibrio en sus partes, una disonancia musical que se vuelve singularidad, sino que se concibe según la premisa de la infinitud del cuerpo como línea, piernas que ascienden y se pliegan paralelas al cuerpo formando una línea, torso que desciende y pierna que asciende formando una línea, piernas y brazos abiertos en el aire formando una línea paralela al piso. La danza se ha vuelto una suerte de una particular geometría del cuerpo. Se trabaja su fuerza elástica infinita que forma líneas. Esos cuerpos han franqueado todos los límites. La técnica ha sido perfeccionada por algunos bailarines más allá de lo que las viejas escuelas habrían imaginado como su ideal de perfección geométrica. El lenguaje de esta disciplina tiene transparencias y límites borrosos con el lenguaje técnico de la gimnasia artística, el contorsionismo o del circo. Ha alcanzado tales niveles de perfección virtuosa, que de pronto, como decía Bejart, los coreógrafos ya no saben qué inventar porque los cuerpos de los bailarines son capaces de mucho más que las imágenes que ellos pueden crear. Quizás este sea el final del ballet clásico entre tantos finales que caracterizan a nuestra época.

A veces el ballet funciona como una ascesis, ya que se define por una serie de ejercicios sobre uno mismo cuya finalidad, siguiendo a Aronofsky, es alcanzar cierta perfección. Ese ideal varía históricamente y está definido por todo un saber y unas técnicas pedagógicas sobre el cuerpo y las conductas, pero también está ligado a una estética que es afirmada por quienes se han construido un estilo. También la danza es disciplina, y en esto tiene relación con la historia, el siglo XIX en el que nació. Las viejas instituciones moldeaban los cisnes blancos, aspiraban a formar jóvenes castas, dóciles y de cuerpos bien formados. Velaban por sus cuerpos y su virginidad hasta el matrimonio y se construían historias románticas para las que se guardaba de los excesos de carácter y exposición de su sexualidad, construyendo relatos trágicos, tan moralizadores como aquellos, sobre la joven que se atreviera a trasvasar esos límites: la locura, la deshonra, la muerte, le esperaban a esas jóvenes que se excedían en su sensualidad, como es el destino de la Reina de los Cisnes o como Giselle, que enloquece y deviene en una sylphide, espíritu de las jóvenes que murieron vírgenes. La moralidad de las antiguas disciplinas podía medirse en el cuerpo de las bailarinas. El romanticismo tiene una afinidad intensa con el ballet clásico. Sus principales historias y la música que las acompaña se corresponden en su mayoría con esa subjetividad.

En esta versión de la historia del lago de los cisnes, el sentido parece invertirse, Nina debe devenir mujer-cisne negro para alcanzar la perfección. El ideal de belleza y sus criterios morales parece haberse trasvalorado. Este mundo es cruel para los cisnes blancos, no sobreviven a una sociedad regida por la competencia. El poder de las mujeres reside en su sexualidad. La depresión representada en la forma de agresión sobre sí misma es el efecto de la presión de alcanzar el éxito, que para una bailarina profesional es representar el rol principal a determinada edad. Incluso lo confirma Whelam, para quien aquellos bailarines que no adquieren el carácter y dominio de sí y de su cuerpo son considerados bailarines débiles o frustrados, como la madre de Nina. Esto supone una batalla contra sí mismos y contra esas debilidades. En este sentido, la película ofrece un retrato interesante de lo que puede ser un adecuado trabajo sobre sí en el mundo femenino. Por otra parte, también expone hasta qué punto Cisne blanco y cisne negro, la disciplina, el trabajo sobre sí y la compulsión al éxito se encontraron en el ballet. Las instituciones disciplinadoras de los cuerpos de las jovencitas se conjugaron con un sistema de competencia y rivalidades como el que rige en muchos ámbitos de nuestra vida, con técnicas en donde un adecuado trabajo de la imagen pública es también la clave del éxito y con técnicas de intervención y control del cuerpo y de las percepciones sociales o estados anímicos que son más fuertes hoy que en ningún otro momento de nuestra historia occidental. La razón se erige como ese poder superior que domina el cuerpo. Moldea sus imperfecciones y sus debilidades. En el ballet gobierna al cuerpo hasta hacerlo entumecerse, adelgazar a sus mínimos, franquear sus límites elásticos y sangrar hasta que se forme el callo y ya no duela. A pesar de que se han relajado las viejas técnicas de hostigamiento al cuerpo, la bailarina sabe del dolor. La maquinización y la técnica lo adormecen, deja de tener esa sensación y en el caso de persistir es capaz de disimularla en su rostro angelical, aunque detrás de esa máscara se esconda una soberana de la carne bella y dócil.

lunes, 11 de abril de 2011

Mad Men


Madmen es una serie norteamericana ambientada en la década del 60’. La reconstrucción histórica de la revolución cultural en los Estados Unidos es una obra maestra. No se trata en absoluto de una exaltación patriótica de su cultura. Sin embargo, tampoco es una pieza crítica demoledora del sueño americano al estilo de “Belleza Americana” o Revolution Road;, sobre todo de esta última que, creo entender, intenta- sin éxito- imitar a Madmen en formato película. Todo en la serie gira en torno a desplazamientos de un delicado equilibrio por el que se precipitan los personajes hacia sus tragedias personales. Especialmente su protagonista, el encantador Don Dreaper. Por tanto vemos, por ejemplo, que las mujeres amas de casa no son simples víctimas de la sociedad, sino que también se constituyen como las principales administradoras del poder doméstico que, a través de ese ejercicio sobre la vida de sus maridos e hijos, amplían su radio de efectos más allá del hogar. La liberación sexual, a la vez, supone para las mujeres problemas, se enfrentan a la necesidad de pensar ¿qué hacer con esa libertad? ¿Cómo conducirse? ¿Una vez más los hombres dictarán sus conductas? ¿Qué efectos acarrean resistirse? Los hombres tampoco son dominadores sin fisuras. Aman, se desengañan, son frágiles y manipulados, y sufren los destinos trágicos prefigurados con los que contribuyen con sus propias decisiones, en un mundo que experimenta rápidos cambios a los que se adaptan mal y cargando con el peso de su pasado: infancias en el abandono, violencia, conflictos con sus padres, la pobreza, la guerra, discriminación…A la problemática de género, se suma la generacional y esa ruptura con el pasado ha sido producida por la guerra. La guerra persiste en el relato de los veteranos, pero le resulta algo sumamente extraño y difícil de comprender a quienes han nacido del “Baby boom” y en medio del Estado benefactor. A ellos les toca lidiar con nuevas fuerzas también nacidas del intento de reconciliación con la tragedia del pasado.

El final de la cuarta temporada parece generar problemas para su público. Don Draper encuentra la felicidad en Disneylandia. Los guionistas juegan con nuestras emociones e identificaciones, confundiéndonos. Se rehúsan a darle a la serie un cierre redondo y este es en nuestro tiempo una versión políticamente correcta de la crítica a los valores de las sociedades que ya han dejado de ser en nuestro mundo. Salida fácil, gratuita en estos tiempos, que nos dejaría más tranquilos: critica a la familia, mujeres victimas y/o oportunistas, hombre mujeriego sin remedio, generación nueva aburguesada, severidad y violencia, y ahí estaríamos, defendiendo lo buenos que somos ahora que hemos dejado de ser aquello. La mirada de la serie interpela críticamente a nuestro presente a través de su público y, si se quiere, más allá, a un problema existencial: el problema del sentido, el dolor y la tragedia.

En mi opinión el final se reconstruye de a partes. La verdad sobre todas esas historias que se enredan no está exclusivamente orientada por las decisiones de Don Draper. Cada personaje, como sus espectadores, tenemos intereses, pequeñas verdades, puntos susceptibles. Sus historias nos tocan de lleno, de refilón, por el centro, fibras sensibles. Y ahí salimos a defender personajes como defendiéndonos a nosotros mismos. Si nos detenemos un poco creo que es bueno pensar en esas identificaciones y lo que esperamos de esos personajes que, al parecer, nos decepcionan, porque no nos justifican. No es que quiera hacer de la interpretación de la serie una especie de subjetivismo personal. Lo que pasa a través de ellos y nosotros no es personal, es el mundo. Yo me tomé como ejercicio, a veces fallido, pensar contra ese o esos personajes con los que sentía afinidad o rechazo. La serie nos permite comprenderlos y quizá también reconciliarnos con nosotros mismos y este mundo.

Vuelvo entonces sobre esta idea de que no hay la historia, sino historias y múltiples narradores. Es cierto que Don encuentra aquello que le permite no profundizar la herida hasta el punto de destruirlo todo, esto es, de llegar al extremo de suicidarse. Los primeros capítulos de esta última temporada parecían ir en ese sentido. Estaba devastado. Por eso creo que Tomás Abraham advierte que de no hacer un giro en ese camino un destino posible era que se tirara por la ventana como en la presentación. Pues es cierto que, muy que le pese a quienes querían verlo borracho y huidizo toda su vida, la realidad es que las personas que atraviesan esas experiencias no se vuelven encantadoras sino que terminan destruidas. Que no profundice esa herida, no significa que no existe una grieta, que sigue avanzando silenciosa y que él no detiene. La grieta que hace a este personaje tan interesante sigue allí y no se irá nunca. La escena final de Draper mirando por la ventana a la nada lo representa. Betty por su parte aporta el haber entendido algo que Don todavía no experimentó con intensidad: “nada es perfecto”. Su esposo le hace entender explícitamente – y también pensamos en Don en ese momento- que no se va por ahí empezando de nuevo, con nuevos orígenes. No hay orígenes, siempre estamos en el medio de las cosas, viviendo. Don encontró un impasse de felicidad y paz, no una salvación ni una vida Disneylandia. Faye, como buena vaticinadora que basa sus predicciones en el estudio de las conductas de las personas, sabía que a Don le pesaba ese vacío y la soledad. Esto es también lo que le dicen las cartas de Tarot a través de Anna. Faye anticipa asimismo algo de lo que puede seguir cuando afirma que el sentido aparece para Don en los inicios, en el comenzar algo, donde puede revelar quién es y se aleja de su pasado. En el fondo, quizás ella tuvo la esperanza de ser la protagonista de ese nuevo comienzo, incluso a sabiendas que no podía ser nunca definitivo, pues él siempre está empezando de nuevo e incluso conociendo que carecía de las aptitudes que probablemente él buscara para su vida (“en un año estarás casado” le dice y tras el episodio con su hija, se revela que ella no puede cumplir ese rol que para él tiene un valor para alcanzar cierta estabilidad en su compleja relación con su familia). Don encuentra la estabilidad en el trabajo, pero a veces, el trabajo no da las respuestas a la durabilidad. La tragedia se avecina si pensamos que Don ha confundido el trabajo con la labor. Se ha fabricado una situación para dar estabilidad y durabilidad a su vida personal. Pero los nuevos comienzos son frágiles e inciertos, no se sostienen ni se administran como una campaña publicitaria. Veremos qué pasa en la próxima temporada.

Finalmente, la reacción de Peggy se comprende por su experiencia. Ella sufre su decisión de haberse fugado del mundo femenino hacia ningún lado, puesto que en el mundo de los hombres nunca será reconocida completamente como una igual. Me parece que no aspira a negar su condición de mujer (y todo parecería indicar que se reencuentra con ello), lo cual no alivia su conflicto. Finalmente Joan, quien sí usó sus estrategias femeninas para hacerse un lugar, sin embargo, rechazó una y otra vez, al igual que Peggy, ser una de esas chicas “en busca de matrimonio”. Quizá lo rechazaron o quizás nunca podrían haberlo conseguido de esa forma. La cuestión es que ellas, a la vez que se sienten orgullosas de eso, no dejan de sentir el peso social que significa.

Por todas esas contradicciones esos personajes son tan interesantes. De Megan, en cambio, no sabemos mucho, como de la Joan de Roger. Quizás por esa razón nos parecen personajes un poco aburridos. Y, también, es probable que por esa apariencia que presentan los comienzos, la de mujeres y hombres que consiguen lo que quieren, son bellos, espontáneos, felices, no tienen frustraciones, y se mueven por pasiones con las estrategias incluso más traicioneras, reaccionamos a ellos. En el fondo despiertan nuestras frustraciones. Queremos más, y no sabemos si quiera, dice Don, a dónde nos llevará eso. Les exigimos una moralidad que nos redima, que haga parecer al mundo más justo. Nada sucede de esa forma en la vida. Y en ese sentido, la serie es un artificio que expresa muy bien la complejidad de la realidad misma y por eso no nos deja irnos a dormir tranquilos.

lunes, 25 de octubre de 2010

La vergüenza de ser hombre

Existe cierta expectativa de que con la condena a los militares responsables de los asesinatos del Estado terrorista durante la década del 70, de que el haber recuperado el espacio para expresarse y ejercer libertad, de que al recuperarse en la memoria el relato de quienes han sido víctimas de ese pasado, se llegará en algún momento a un estado de cierto gozo, de paz, de reencuentro con todo aquello perdido que habilita a no cuestionar regiones oscuras del pasado reciente. En ese marcó es difícil precisar qué alentó a Jouvé a describir la muerte de Pupi y Bernardo, y ante lo cual resonaron inesperadas las palabras de Oscar del Barco. Para representarlas Schmucler utiliza la metáfora de una luminosidad imprevisible e irrefrenable que ha quebrado la noche. La luz es la abertura que hace espacio. Ese territorio gris y problemático que se abre es un hecho que no puede ser negado. Ante esa imposibilidad de negarlo se ha recurrido a falsificar sus motivos. En esa tarea se esmeran quienes no se atreven a decir sin retórica que creen que existen muertes ajenas justificadas por razones históricas. Muchos de quienes responden a del Barco creen en leyes invariantes de la historia como que su marcha está movida por la lucha mundial entre clases sociales, que la revolución era un hecho inminente porque existían las condiciones históricas objetivas para su realización o que los sentidos del pasado relevan a los hombres de que la sociedad revea sus actos. Y a pesar de ese afán por tratar a la historia como a la naturaleza, como si fuera movilizada por leyes invariantes y fuera posible fabricarlas eludiéndose de las consecuencias, a pesar de esa metafísica criminal, o quizás por ella, no están dispuestos a sostener ese imposible, el “no matarás”, como un límite infranqueable y principio inquebrantable de cualquier pacto social inscripto en todas y cada una de las formaciones históricas.

Tanta incomodidad quizá se deba a que la iluminación de la zona gris no es liberadora. A la salida de la noche-escribe Primo Levi-cuando se vuelve de estar reducido a lo instintivo de preservarse de la culpa, al relegamiento al mundo privado, a la negación, a la indiferencia hacia el dolor ajeno, a la búsqueda de justificaciones autocomplacientes, cuando se abandona todo ello se vuelve a ser un hombre y, entonces, no viene el gozo, por el contrario, la víctima sufre la consciencia de haber sido envilecido. Esa sensación que Levi describe es la de una tremenda y sobrecogedora vergüenza. Pero hay que tener coraje para asumirla y expresarla públicamente. Quienes han creído que pueden deshacerse de ella, perpetúan el crimen. La vigencia del ultraje se garantiza con la deformación del recuerdo del crimen. Pero el crimen también se perpetúa por la negación del asesino y el que consiente, de su responsabilidad. Esa negación, las verdades acomodaticias, el fabricarse una realidad más cómoda, son la negación de la paz al atormentado. En términos de Oscar del Barco: “mientras no asumamos la responsabilidad de reconocer el crimen, el crimen sigue vigente”.

Oscar del Barco no escribe entonces movilizado por la búsqueda de una verdad histórica ni por el deseo de narrar su versión de la historia para alivianar esa angustia. Escribe porque siente vergüenza de ser hombre y ¿qué mejor razón para escribir? No se trata de sobrevolar desde las alturas los hechos del pasado como si le fueran ajenos, tampoco de hacer una recuperación de su inocencia, ni encontrar una matriz teórica capaz de justificar y defender su vida. Algunos de estos propósitos han sido expuestos en las respuestas a esta carta. Oscar del Barco tampoco ha querido dar un testimonio, no es él quien ha tocado fondo. Pero ni siquiera Jouvé, que estuvo en medio de la zona gris, asumió la obligación moral o lo movió el deseo de deshacerse de esos recuerdos intentado hablar por quienes no han podido. Solo Pupi y Bernardo Groswald son los verdaderos testigos. Pero nadie ha asumido la tarea de contar su destino. Aquél silencio expuesto en el relato de Jouvé desató la vergüenza de del Barco. La vergüenza de ser un hombre no supone un juicio ni decir somos todos culpables o asesinos. Quiere decir ¿Cómo es posible que esos hombres hayan hecho eso y que a pesar de ello yo haya transigido? Y aún más, yo haya apoyado esas acciones.

Qué moviliza a esa vergüenza que siente del Barco. Hay muchas vergüenzas en una.

Se trata, por un lado, de la vergüenza de ocupar el lugar de otro. Vergüenza de que Pupi y Bernardo pudieran estar viviendo la vida de su hijo. Como si este ocupara el lugar de esas vidas en la medida en que él se siente responsable de sus asesinatos. Y también es la vergüenza de estar vivo en lugar de ellos.

Por otro, vergüenza de ser un hombre que no pudo ejercer su libre subjetividad. De haber adquirido un reconocimiento intelectual plagado de vergüenzas. Vergüenza por haber apoyado con su autoridad intelectual las acciones del EGP. Vergüenza de no haber hecho nada, o no lo suficiente, contra la legitimidad que la violencia adquirió en la Argentina de esos años y cuya lógica fue reproducida por las organizaciones armadas.

Asimismo, vergüenza por la humillación a la que fueron sometidos los muertos y los sobrevivientes. Se trata de una un acto de contrición por haber fallado en el plano de la solidaridad humana, pues la muerte ha sido la transgresión de un límite, el límite de zonas intermedias en las que entran en juego en la sociabilidad los cuidados de los otros. Vergüenza de no haber cuidado la vida de esos dos jóvenes y de tantos otros.

Los estallidos de sus detractores fuera de la vergüenza resultan más fáciles. Quizá sentir esa vergüenza engrandece al hombre, pues se propone a través de la escritura liberar la vida que el hombre ha matado y que no es la propia.

lunes, 13 de septiembre de 2010

La política y la guerra

Considero seriamente el tipo de argumentos de quienes reivindican como su principal descubrimiento la política entendida como la conflictividad de la sociedad argentina, en torno a su pasado, sus fracturas internas, la debilidad aún pronunciada de sus poderes económicos y el cooptamiento del Estado, y como su principal interés la persecución de los responsables de todos nuestros males, de las clases medias en decadencia, de los grupos económicos a lo que se le opone la apropiación del Estado por otros grupos que se consideran “buenos y justos”. Digo que lo considero seriamente porque la oposición política y mediática insulta nuestro sentido común cuando sencillamente cree que se trata de un pretexto para cooptar votantes o una mera cuestión demagógica. Resulta irritante la forma liviana en que se aborda ese discurso que se autodenomina “progresista”, teniendo en cuenta que todas las grandes cuestiones políticas problemáticas y aún vigentes de nuestra historia reciente giran justamente en torno a estas maneras de negar la realidad y crear modos de consistencia de mundos ficticios y aislamiento político, siendo que ese discurso constituye de algún modo el límite o el obstáculo a nuestro pensamiento. Su vigencia es el testimonio viviente de la dificultad para pensar lo que nos acontece en el presente y ese vacío llenado por la racionalidad económica y burocrática, encubierta por una retórica ideológica setentista, se espectaculariza en un circo mediático que día a día quiebra la posibilidad de pensar con otros en los espacios microsociales y con ello también las posibilidades de poner distancia entre los individuos. Y es puesto en circulación a diario por quienes son los principales beneficiarios a corto plazo de un proceso de descomposición de un tipo de orden político y estructura social que lleva varias décadas y sucesión de continuidad, muy a pesar de los profetas de los “eternos y verdaderos recomenzar”. Nadie puede arrogarse la propiedad del conflicto, a menos que entienda que éste puede ser fabricado por los poderes. Esta concepción de fabricación de la confrontación y la revuelta se advierte no sólo en la manera en que se entiende la acción de la oposición al gobierno apoyado por amplias franjas de la población, sino también en la manera en que éste pretende imponer marcos de negociación y el mentado espacio para construcción de acuerdos, creándose situaciones de confrontación a partir de las cuales se presiona para obtener mayores porciones en la distribución del poder. Así entendido el conflicto, no como procesos espontáneos, ni acciones políticas, sino como fabricaciones, vemos que el estado constante de confrontación promovido pasa a formar parte de los mecanismos mismos del poder y de su legitimidad. La promoción de la conflictividad se ha vuelto una manera peligrosa de concentrar poder. Peligrosa porque construye poder justamente no a través de la acción política sino fracturando la distancia entre individuos y sus relaciones en los niveles más finos y micro de la sociedad. Asombra hasta qué punto a través y gracias a generar conflictos es posible arrogarse y ejercer un tipo de violencia ideológica. El duhaldismo recurrió a esta estrategia en el 2001 y luego, el Kirchnerismo, que surgió sin poder, es decir, sin un consenso gestado por una construcción política de largo tiempo, fue el producto de un Estado fracturado y la expresión política última de una sociedad incapaz de darse un poder con una cierta función y un uso general, que haga trabajar a la sociedad y logre establecer cierto tipo de orden social. El crecimiento económico puede ser leído sencillamente como la expresión de una riqueza sin poder y sin función, situación mucho más intolerable porque tal enriquecimiento nadie comprende por qué debería tolerarse. La reinvención de la política luego del golpe tremendo que esta sufrió durante la década del 90´, no puede tener vigencia, sin embargo, si se rompen los hilos que mantienen unidos a los hombres en una trama social. Los grupos que se golpean en las universidades, la situación de las escuelas, los bloqueos a la producción, las persecuciones ideológicas a los disidentes en los espacios públicos y en los medios, llamados a silenciarse y plegarse en su interioridad, la manipulación del pasado con fines legitimantes, etc. hablan de un proceso de aislamiento sin política que amenaza una vez más con la posibilidad de su fracaso, el de la política, y con ello nos deslizamos una vez más hacia la profundización de los estallidos de violencia. Este discurso que encubre estos mecanismos de poder es funcional a un escape de la realidad cuya comprensión requiere antes que utopías redentoras el empezar por aceptarla y soportarla. Expresión odiosa que no procede del poder, sino de su pérdida. Es el discurso de los derrotados que reclaman para sí el derecho y la legitimidad de su violencia. Lo fundamental no es sencillamente el Kirchnerismo, sino la arbitrariedad de estas formas que asume el poder en la Argentina, pues cualquiera puede convertirse de un momento a otro en enemigo de quienes se proclaman “buenos y justos”, sean estos militares, movimientos políticos, grupos religiosos, etc. Como acontecimiento histórico no me interesa en este punto desmentir a lo que se denomina como “progresismo”, tanto como preguntarme por el hecho de que se crea en él, en sus argumentos a expensas de la realidad. Y en este sentido decía que lo tomo seriamente, porque a mi modo de ver es otro de los intentos de escapar a la gravedad de la situación política, social y económica argentina, negando así su responsabilidad quienes se encuentran hoy en las instituciones y otros tipos de poderes que hacen al funcionamiento de la sociedad.

lunes, 2 de agosto de 2010

PUAM- 2009. “Historia argentina y medios de comunicación” Primera Clase: La construcción de la opinión pública.


Quisiera introducir el relato más estrictamente histórico acerca de la construcción de la opinión pública en la Argentina decimonónica, con el artículo de Tomás Abraham “La construcción de una contraopinión” publicado en la compilación de artículos de su autoría en el libro El Presente Absoluto. La elección de este punto de partida responde a dos intereses: por un lado, Tomás Abraham realiza allí una breve genealogía del valor de la opinión en la historia occidental hasta nuestros días. Por otro lado, para que a partir de ello podamos pensar qué tienen en común y de distinto las manifestaciones de la opinión pública en el período de construcción del Estado Nacional argentino con nuestra actualidad. Especialmente, me interesaba que pensáramos entonces de qué manera se habría constituido y qué valor habría adquirido en la Argentina un espacio particular, casi inédito, que hizo posible el “entre”, la multiplicación de opiniones, espacios de sociabilidad y la diversificación de la prensa. Me refiero al espacio público y la llamada sociedad civil y sus redes, que no aparece como un capítulo importante en nuestra historia. Múltiples actores, voces y saberes que, a pesar de que este período de nuestra historia está teñido por los colores brillantes y vetustos de los próceres, las corporaciones y las instituciones consagradas, parece haber tenido algo de grisáceo esplendor sin siquiera ser percibido. Algo de lo que somos efectivamente lo condenó al olvido.
Una de las especificidades de nuestra actualidad es el fin de los grandes relatos y su consecuencia, la emergencia de los saberes fragmentados. A partir de lo cual asistimos a un nuevo régimen de temporalidad y por ende de historicidad. Nuestro presente, a diferencia del presente de los de los filósofos del liberalismo, los enciclopedistas, los ilustrados de la modernidad y la opinión pública, tiene una particularidad: es absoluto. No lo podemos conocer en su totalidad. La dinámica de los tiempos, la velocidad en la que viaja la información, la multiplicación de hombres que producen ideas e información, impone saberes fragmentados, discontinuos, locales y específicos. Y en consecuencia allí tenemos ante nosotros un problema derivado de la reconstrucción de las historias universales, totales o lo que se ha llamado los grandes relatos, que nos obliga a elegir la información, supone vivir con la imprevisivilidad de la historia y preguntarnos ¿Qué es lo que hay que elegir? ¿Por dónde comenzar? ¿Cómo periodizar, recortar, seleccionar? A la vez, afirma Tomás Abraham, este estado de cosas impide la pretensión de arrogarse un saber total, pues es temporalmente imposible. Ya no puede existir, y no deberíamos reclamarlo. La crisis de los grandes relatos ha liberado a muchos saberes, conocimientos, pequeñas verdades, acontecimientos, testimonios, de los anillos conceptuales de las grandes explicaciones.
En relación a lo anterior, la segunda característica que Abraham le atribuye a nuestro presente es la reaparición de un conocimiento que los griegos llamaron Estocástico. Se trata de un conocimiento conjetural, que cambia y muta con facilidad, afectado por el azar, lo contingente, la probabilidad. Su nuevo agente es el intelectual específico. Su exterioridad es la democratización de la opinión.
La imparcialidad, prima cercana de la opinión, heredada de los antiguos, para Hanah Arendt, era considerada por Tucídides el tipo de objetividad más alto que se conocía, en tanto dejaba atrás el interés común que será propio de las historias nacionales y la concepción belicista de la historia. Los griegos fueron quienes descubrieron el perspectivismo para Arendt: que el mundo se observa siempre desde un infinito número de posiciones diferentes, a las que corresponden los más diversos puntos de vista. Esta idea supone que los griegos aprendieron no a comprenderse a sí mismos, al hombre, sino a mirar al mundo desde la posición del otro. No hay un hombre individual, como totalidad, ni realización personal, sino diversas voces en diálogo mediadas por el interés y lo que está en medio es la trama de acciones en la que nos insertamos, el mundo. Esta valoración de la imparcialidad no sobrevivirá ni a Platón ni al cristianismo. Platón desvalorizaba la opinión por su carácter cambiante, estratégico y por estar guiada por las apariencias. La oponía al conocimiento, que era sólido, trascendental y por tanto perdurable, que daba cuenta de lo real.
De modo que desde entonces se plantea una distinción que llega hasta nuestros días:

opinión/ conocimiento
engaño-la apariencia/ verdad-lo real
caducidad/ perdurabilidad
Banal /trascendente
Quienes practicaban la opinión como estrategia persuasiva, para convencer a sus interlocutores, eran justamente los sofistas, quienes se entrenaban en el arte de tener razón.
Por su parte, el cristianismo, en la medida en que al consagrar al hombre como el ser supremo sobre la tierra, poniendo énfasis en la importancia del interés personal como homólogo de la salvación individual, deja sin efecto a la objetividad practicada por Tucídides como fundamento en la vida política. La consecuencia de esta operación fue que la objetividad perdiera su validación por la experiencia y se desvinculara de la vida real, que el objeto del desinterés fuera la política, desinterés en tanto virtud religiosa y moral y en cuanto el objeto de comprensión no será desde entonces el mundo, sino el hombre.
Si bien durante el siglo XIX se produjo un reencuentro entre historia y naturaleza, la disciplina histórica se entendió mal a sí misma, afirma Arendt, al someterse a las normas de los naturalistas que las ciencias modernas habían comenzado a liquidar. A través de la historia, y asociada a ella, pervivía una idea de objetividad según la cual el historiador creía que la historia era un fenómeno aprensible como un todo mediante la contemplación, que una providencia divina la conducía la salvación de la humanidad y que sus comienzos y sus fines se conocían siendo susceptibles a ser contemplados también como un todo. Es decir, negó la imparcialidad, divorciándose de los conceptos propios de la nueva conciencia histórica de la modernidad. Entre tanto, Spinoza consideraba a la opinión como superstición (un dios malicioso) y Decartes indicaba que era ya imposible creer en nuestros sentidos (el cuerpo era tramposo). Será especialmente la ilustración quien revalorice la opinión, a partir de que esta adquiera la cualidad de ser pública. La famosa opinión pública es posible entonces gracias a la distinción de una esfera pública y una privada. La opinión dejará de ser un conocimiento falso y se multiplica en variados espacios, salones literarios, folletos, cafés, gacetas, teatros, etc. quedando aún atrapada, según Rousseau, en el mundo de la vanidad, de las apariencias y poses sociales. Durante el siglo XIX el marxismo y la sociología impondrán la ideología por sobre este otro tipo de saber.
En la actualidad, la revalorización de la opinión está vinculada a una nueva formación cultural, y especialmente a la aparición de una técnica, la técnica de Marketing, al estudio de nuestras opiniones, preferencias, gustos, a partir de la que se extraen datos, cuantificándolos y cualificándolos, por medio de encuestas e incluso gracias a los medios de comunicación. Esta nueva modalidad de opinión pública tiene como particularidad entonces no estar dirigida especialmente al ciudadano, sino a un nuevo sujeto social: el consumidor. Su efecto, la democratización de la opinión, diluye la jerarquía entre el que sabe y el que opina. El periodismo, vuelto en labor plebeya del mundo de la información, opera como reaseguro del sentido común, de lo que ya se sabe, de las convicciones y los prejuicios. Los medios de comunicación, en tanto empresas, se ven afectados por los empresarios, avisadores y consumidores más decisivamente. A la vez, la producción de la noticia construye el acontecimiento y un cronograma de intereses, siendo la novedad el móvil de una máquina de olvidos. Ante esta nueva realidad, es que Tomás Abraham propone la contraopinión, una palabra de oposición que abra nuevos espacios de pensamiento, que nos ubica en un lugar no de mera recepción, sino activo, de construcción de un pensamiento activo que crea intersticios, fisuras, por los que fluye.
Ahora bien, Buenos Aires es actualmente la ciudad con más periódicos en el mundo y fue allí el foco principal de la construcción de la denominada vida pública, a partir de lo que Tulio Halperín Dongui caracterizó como un “renacimiento del liberalismo” luego de la caída de Rosas. Toma la forma de un florecimiento de redes sociales diversas a partir de agrupaciones de ayuda mutua, clubes sociales, culturales, deportivos, logias masónicas, asociaciones de los primeros inmigrantes que comienzan a arribar al país, sociedades profesionales, agrupaciones festivas, carnavalescas, organizadas para coordinar eventos.


La diferencia con otras formas asociativas de la colonia, era que su ingreso no era por costumbre y tradición, sino por propia voluntad de los individuos reunidos para llevar adelante un objetivo, que se inscribían ya en los principios de la igualdad y la libertad de la modernidad. En parte esta explosión del asociacionismo, de la libre expresión y la libertad de prensa (el actor que más nos interesa a nosotros) estuvieron ligadas a una necesidad de reafirmar el triunfo sobre el rosismo. Pensemos que la oposición a Rosas le habría cuestionado el uso del terror, la excesiva centralización del poder arbitrario en su persona, la persecución a la disidencia, la escasa posibilidad de organizarse y sociabilizar de la población, la censura a la prensa, etc…este régimen que nacía de la derrota de aquél no podía menos que diferenciarse cumpliendo las promesas que lo habían llevado al poder y celebrando la libertad de su razón más elevada. Y efectivamente, los gobiernos sucesivos de la provincia de Buenos Aires, desde Mitre hasta algunos autonomistas, estimularon esta expansión de la sociedad civil. Aunque el ímpetu más importante fue de la propia gente que comenzó a organizarse.
El espacio público va a aparecer primero ligado a la asociación. La posibilidad de los hombres de desarrollar su capacidad de asociarse por objetivos comunes en igualdad va a adquirir un valor y una medida de civilidad, una marca de civilización. Decía el presidente de la Sociedad Tipográfica Bonaerense en 1862, “La asociación es la idea que marcha a la vanguardia de la civilización universal”, era una condición del progreso y de el cumplimiento de la promesa de igualdad de los hombres, la realización de su libertad a través de la razón, el ingreso al orden y a la modernidad del mundo occidental.
Y a la vez, si tuviéramos que imaginarnos a la ciudad de Buenos Aires, veríamos que es una ciudad de conflictos y tensiones entre lo viejo y lo nuevo, y por ello fundamentalmente el panorama es de una dinámica de profundo cambio, especialmente en la estructura social: vemos que el desarrollo económico va estar vinculado a la llegada de los inmigrantes varones (italianos, españoles, alemanes e ingleses) y migrantes internos de otras provincias que se sumaban a las actividades productivas de la ciudad ligadas al comercio, los servicios, los trasportes, aparecen los cuentapropistas, pequeños propietarios, la clase asalariada, etc..que darán lugar a las asociaciones de inmigrantes, comerciales y de trabajadores.
Por otro lado, también la élite económica social, cada vez más enriquecida con el comercio exterior, la ganadería de exportación y las finanzas, compartiría sus espacios de sociabilidad cada vez más con los ilustrados, los dirigentes políticos, los artistas e intelectuales jóvenes. Estas redes de sociabilidad de la élite se constituirán como vías para el ascenso social o la descalificación pública.
Entonces en ese contexto el asociativismo era una suerte de red social que permitía a buena parte de la población: unirse para satisfacer las necesidades surgidas de las nuevas relaciones económico sociales (conseguir trabajo, ayudar a viajar a familiares, conseguir viviendas, hacer circular información, ayudar a quienes estaban más desprotegidos, especialmente los extranjeros); construir lazos de pertenencia, especialmente para los extranjeros que carecían de vínculos primarios; representar y defender intereses sectoriales y desarrollar actividades recreativas, culturales y educativas. Las más importantes fueron las sociedades de ayuda mutua. Y su objetivo central era reunir fondos para crear mecanismos de asistencia en materia de salud, enfermedad, desempleo, invalidez, ahorro y apoyo educativo. Hay que tomar en cuenta que ese mundo anterior a 1950 no había conocido el Estado de Bienestar (casi no había un Estado consolidado a fines del siglo XIX) o las políticas sociales del liberalismo aún, de modo que la desprotección y vulneración de los sectores que nacían del desarrollo económico (los nuevos migrantes del campo a las ciudades, inmigrantes, desocupados, enfermos ante la proliferación de epidemias por la cada vez mayor urbanización y el deterioro de las condiciones de vida por el tipo de trabajos de las ciudades y las formas de vida) se paleaba a través de formas asociativas espontáneas para ofrecerse ayuda y asistencia.

Hubo asociaciones de tres tipos:
Las asociaciones de ayuda mutua de inmigrantes (los primeros fueron los franceses, allá por 1854) destinadas a la asistencia entre ellos, a la construcción de la propia colectividad, la dirigencia establecía vínculos con otras colectividades y también con las élites políticas, periodistas e intelectuales (sobre todo los italianos tuvieron gran interés de integrarse a la política local). Un personaje con el que la colectividad italiana tenía mucha afinidad fue Mitre, era invitado, orador de celebraciones, miembro honorario, e incluso tuvo apoyo de sus hombres en los levantamientos de 1874 contra la elección que denunciaban fraudulenta de Nicolás avellaneda.
Asociaciones por oficio que son consideradas los antecedentes de los sindicatos, que a los objetivos de protección más generales, se sumaban los de defensa corporativa del oficio. Pero no participaban de ellas solo trabajadores, sino también cuentapropistas, los empleadores, empresario, esto las distingue de los sindicatos o gremios como los que surgirán más adelante. También los primeros fueron los franceses peluqueros, luego zapateros, costureros, tipográficos, panaderos, etc. algunas empezaron a tener sus propios folletines o publicaciones en las que escribían o editaba incluso personajes de la élite también.
Los tipográficos fueron los primeros en protagonizar una huelga.
El mutualismo de la comunidad negra compuesta por descendientes de esclavos africanos introducidos en el río de la plata, además de prestarse ayuda, practicaban su religión, bailes y fiestas.
Otras formas adoptaron la masonería, círculos literarios y musicales, clubes, asociaciones profesionales como la asociación médica y asociaciones organizadas para celebrar los carnavales.
La expansión de la prensa también fue más rápida en buenos aires que en el resto del país. En 1852 se publicaron 30 periódicos nuevos, algunos que fueron prestigiosos y permanentes como El Nacional o Los Debates o La Nación Argentina más tarde. Hacia 1880 se publicaba un ejemplar cada cuatro habitantes, es una cifra sorprendente. Nos habla de que el público lector tenía que ser bastante amplio para consumir esa cantidad de periódicos y también habla de una progresiva mejora de los niveles de alfabetización. Es decir, crecía un público lector potencial, pero para ello, la prensa tendría que dejar de ser una prensa representante dependiente del financiamiento de facciones o familias, para constituirse en una prensa que fuera cada vez más un actor social y político de la ciudad, para el hombre de la ciudad, y por tanto más independiente, de variados puntos de vista y destinada a un público más amplio. La prensa progresivamente sería a la vez una necesidad para quien quisiera tener presencia pública, defender o expresar una opinión, presionar por sus intereses. Era una forma de aparecer, no solo socialmente, sino también políticamente. Y desde entonces también aparecen distintos tipos: Por ejemplo, los diarios, los había, en lengua extranjera para los inmigrantes, los diarios políticos y económicos que eran los más destacados, luego los abocados a asuntos científicos o culturales. También las revistas y folletines.
Como se operó este paso de la prensa facciosa a la prensa con cierta autonomía de las luchas políticas. Bueno, en primer lugar, empezaron a tratar temas internacionales, información comercial, se producían editoriales de interés general y no solo político, se introdujeron los avisos a los que accedía un público más amplio que buscaba trabajo, o hacer compras particulares. Además el aviso pago brindó una fuente de financiamiento externa a la de las élites o facciones políticas. De modo que comenzaron a aparecer diarios que no se dedicaban a relatar las luchas facciosas, por ejemplo, los de los inmigrantes, con los que comenzaron los otros a disputarse un público, obligando de alguna forma a modificar su carácter, como La Patria Italiana, El Correo Español, o La Juventud de origen africano. De la prensa facciosa se destaca El nacional, un diario de la facción sarmientista dirigido por Velez Sarfield. La tribuna, dirigido por los hermanos Varela, de tendencia autonomista. Los debates, creado por Mitre, que fue cerrado por Urquiza y reapareció en los 60. Pero había otros, por ejemplo, satíricos como El mosquito, El bicho colorado, La farsa política y femeninos como La camelia o El álbum de señoritas; también étnicos como La raza africana; de asociaciones como El artesano, El peluquero, también algunos diarios menos fijos o publicaciones en folletines. Ya hacia 1860 los más importantes serán La Nación y La Prensa, que gozaron junto con La República de cierta independencia.
Entonces por esos años tenemos una disputa entre una prensa que era órgano de propaganda, subordinada económicamente por los apoyos financieros de los partidos o del Estado, donde los periodistas, editorialistas, eran figuras políticas o de la élite, cuyos temas eran exclusivamente las luchas políticas. Pero por otro lado, emerge una prensa que fue definiendo un espacio propio, que buscaban una mayor autonomía, aparecen cada vez más figuras periodísticas independientes, generando sus propios estilos, que si bien podían ser simpatizantes, no estaban en una posición de dependencia. En cuanto a la diagramación de estos periódicos, notaremos que una diferencia fundamental con la actualidad es la ausencia de imágenes y las caricaturas solo estaban reservadas para los diarios satíricos. Se ve que entonces que la valoración de la imagen que no era realista era mal vista, se entendía y se reproducía directamente como una burla, y el burlarse de figuras no era una práctica propia de los diarios serios. Su formato era grande, con diagramaciones uniformes y variaban quizás las letras. Pero no había una técnica desarrollada al respecto y notamos también que entonces la configuración y el atractivo, como la guía de la lectura, no eran preocupaciones de sus diseñadores como hoy es una marca o impronta que distingue un periódico de otro. El tema de la marca y el estilo en las formas (y no en los contenidos) es bastante reciente también. Tenían más o menos cuatro páginas y en la primera iban siempre las noticias del exterior (esta es una costumbre que va a conservar el diario La Nación hasta bien entrado el siglo XX, representaba una señal de erudición y tiene que ver con su público). Luego se reproducían documentos oficiales (casi se trascribían y no se interpretaban) y en la segunda página se anotaba la editorial u opinión a la que seguían las noticias nacionales y locales, para el final destinarlo a la información económica, mercantil, de la aduana y los avisos.
A pesar de esta cada vez mayor independencia el periódico comenzó a ser una pieza clave del sistema político. Se lo consideraba fundamental para el desarrollo de las formas republicanas y forjar la llamada opinión pública. Se valoraba la libertad de prensa, pero igual en momentos conflictivos como durante la guerra entre Buenos Aires y la Confederación, la guerra del Paraguay y las rebeliones mitristas o levantamientos de las montoneras) hubo control oficial y censura. Que haya censura nos da la pauta de que el diario cada vez más podía ser un instrumento de crítica a las élites en el poder. Pero lo cierto es que la Argentina ya desde entonces tiene una tradición en incorporar a su prensa los debates políticos entre dirigentes y diversos personajes, desarrollar discursos políticos, interpelar a funcionarios del gobierno y a diversos actores con decisión política, eran parte del escenario político y estaban involucrados en el juego partidario, es decir, eran un poder capaz de limitar el poder del Estado.