jueves, 30 de julio de 2009

I- La divinatio





Existió en la antigüedad toda una actitud, unas técnicas, una disposición para significar el lenguaje repartido por las divinidades en el mundo. A través de signos se adivinaba y lo que se adivinaba no era otra cosa que lo divino. Los dioses hablaban a través de la naturaleza, de las cosas, de los hombres. La comprensión de ese saber divino suponía la divinatio; conocimiento que adivinaba, al azar, signos absolutos y más antiguos, la inserción en el conocimiento del espacio enigmático, abierto y sagrado de los signos. Le corresponde a un análisis y al arte combinatoria el hacer aparecer lo divino y hacerlo claro, ligarlo y distinguirlo.

jueves, 16 de julio de 2009

Marat-Sade



El mes pasado se estrenó en el país la obra de Peter Weiss Marat-Sade. No conocía la pieza y quedé verdaderamente maravillada con el guión que es una de una tremenda actualidad. Investigando un poco luego me enteré que la aparición de esta obra en los escenarios europeos de los finales de los años sesenta produjo una gran turbulencia, especialmente política, pues se volvía a matar a Marat ante el público. Ese nuevo sacrificio sangriento se reconstruía desde la réplica a su mensaje efectuada por el lenguaje y la sensualidad del bello Marqués de Sade y el frío asesinato de Carlota Cordey. Weiss había producido un acontecimiento teatral que habríamos olvidado. Tendía puentes polémicos de lucha y estrategia política del lenguaje dramático entre dos acontecimientos políticos de Francia: la Revolución Francesa y el Mayo Francés.

domingo, 12 de julio de 2009

De Los combates por la historia a la revolución en la historia


En 1933 Lucien Febvre en su célebre Combates por la Historia afirmaba que la fórmula “La historia se hace con textos” se sostenía en el momento mismo en que la arqueología se dedicaba a redactar, sin textos, el más largo de los capítulos de las historia humana. De allí “Nacía una historia económica con la pretensión de ser, principalmente, la historia del trabajo humano (…) Nacía una geografía humana que llamaba la atención de los jóvenes, captados rápidamente por los estudios reales y concretos, por estudios que eran como si se hicieran penetrar en el triste claroscuro de las aulas el cielo y el agua, los pueblos y los bosques, toda la naturaleza viviente”. Estos exploradores de las sociedades antiguas habían escapado felizmente a esa fórmula estéril. La voluntad de vitalidad de esa multiplicidad de historias emergentes se gestaba en la renovación diaria de sus estudios “por las excavaciones, los descubrimientos de monumentos y material humano, en contacto con realidades sustanciales (…) Cosas todas que uno puede palpar y tener en las manos, cuya resistencia puede probarse, y obtener analizando sus formas, cien datos concretos sobre la vida misma de los hombres y las sociedades”.