domingo, 18 de noviembre de 2007

El mito y el eterno retorno

Hace un tiempo escribí en este blog un artículo acerca de los intelectuales (presente aún en la categoría de ensayos), asimismo en el último número de Prometheus Mdq pubicamos una nota al respecto (pmdq.com.ar). Unas semanas atrás me encuentro con una nota editorial de Marcelo Moreno, en el diario Clarín, titulada Intelectuales, latinos y cool. En ella se plantea que “Cada vez son más y el modelo parece reproducirse entre los jóvenes. Son los intelectuales latinoamericanos cool, género que suele emerger con un título bajo del brazo de una universidad de la región y que no tarda en aderezarse con un posgrado del Primer Mundo.” Universitarios, muchos de ellos profesionales, este “género” (especie de concepto racista remodernizado) se define por su “actitud”, que consiste en sus hábitos culturales postmodernos e internacionalistas. En palabras resentidas del autor “ellos se entrenan en ignorar las abyecciones de éstas sus tierras, adoptando una postura posmoderna de ciudadanos del mundo” y sigue “Porque el intelectual latinoamericano cool es un habitante del universo global, experto en las últimas tecnologías, conocedor a fondo de las modas y tendencias que reinan en los países centrales, ocurran en el campo del pensamiento, el diseño o la gastronomía. Y su cultura es ecuménica: puede ser versado en budismo zen, en la cinematografía nazi o arte polinesio. Le encanta -y se precia de ello- resultar indistinguible de un danés o un canadiense” Y como si esto fuera poco, profundiza en su moralina “Pero en lo que resulta un auténtico experto es en permanecer indiferente respecto de lo que ocurre en sus tierras. Snob, hedonista, individualista, la política le resulta una materia sucia y antigua. Por lo cual su país puede estar en manos del narcotráfico, la mafia o la corrupción más letal pero mientras a él el sistema le garantice la preservación de sus libertades, permanecerá impasible, extranjero a cualquier emoción” ¿A dónde quiere llegar Marcelo Moreno? “A que Este tipo de ejemplar (¡!) es lo opuesto al intelectual de izquierda de los años 60 o 70. En vez del compromiso, lo suyo pasa por mirar hacia otro lado. Y en eso resultan más dóciles a cualquier poder que los intelectuales de derecha del pasado, que al menos se entrometían en pensar la realidad.”

martes, 13 de noviembre de 2007

Alegrías

Durante cuatro inviernos, y digo inviernos porque la sensación de haber hibernado es una imagen bastante ilustrativa de cómo me sentí por esos tiempos, guarde una secreta esperanza, no el triste reflejo de la esperanza, ese mono que se rasca sobre una mesa y tiembla de frío, como ilustra Cortazar, sino la ilusión de ganar una guerra imprecisa. En algún momento fue más fuerte la necesidad de formar parte del ladrillo de cristal en el que estamos todos metidos. La necesidad, en la cultura, en la política, en la vida, lleva a intentos desesperados, a lo que tuve que oponer cierta voluntad de poder. Yo nada sabía de eso que llaman realidad, quizás un poco, tan poco como para sospechar. Todavía oía los latidos ahí dentro. Pero de dónde sacaría la fuerza para romperle la cabeza a ese mono que me asechaba, destruir las paredes y abrirme paso como aconseja el cronopio, o Julio o algún fama, no importa. Pequeños nacimientos. Quizás necesitaba mezquina y genuina ayuda. Es probable también que buscara una explicación. No es fácil vivir sin esas arañas que trabajan día y noche. Pero la sensación de carecer de estructuras endebles sobre las que reposa todo un imaginario imperativo es una novedad, una experimentación cotidiana, pero jamás un estado acabado que podría conquistarse, y mucho menos una posición eterna ante el mundo. De cualquier forma, no es justo hacer de esa limitación un nuevo juicio de Dios, No me juzgo por esos cuatro años en que debí (o mejor dicho me salió) tomar caminos alternativos, de los que mucho aprendí, que me permitieron pensar.