No podía creer que Clarín publicara un artículo editorial tan resentido y grotesco, bajo la carátula de “el disparador”, lo que no es otra cosa que una provocación. Esto me conduce a revivir una sensibilidad, al calor también de las declaraciones que escuché por tele en la entrada de la Creamfields de los “chetos” que homologaban negros, judíos y “villeros”, y de estos últimos que despreciaban una cultura diferente a la de ellos; me indignaba la intolerancia y el resentimiento que circula en nuestra sociedad, y de la que es responsable, refractor y reproductor el discurso de este gobierno y la sociedad misma. Que se cree el ombligo del mundo, que niega la internacionalización de la cultura, la comunicación global, que desprecia a los profesionales, a los extranjeros, a otras etnias, a las transformaciones en el mundo, que reivindica a la “derecha” que montó dispositivos de tortura y asesinato por ser ilustrada y comprometida con la guerra y la política sucia mientras por otro lado reclama derechos humanos, que remoderniza la guerra civil en clave cultural, que reacciona y hace reaccionar ¿A qué me refiero con reacción? Al drama de una mirada posada en el pasado, la reproducción de unos sentidos de nuestra historia que se repite una y otra vez en los rostros de nuevas generaciones, en este caso, el antiintelectualismo que hemos heredado, el desprecio al ejercicio del pensamiento como un hacer en sí mismo, a la importancia del pensamiento. Y con pensamiento no me refiero a obtener las respuestas, explicaciones organizadas, fórmulas sobre cómo cambiar el mundo; me refiero a las preguntas, a no vernos obligados a comprenderlo todo y tener la respuesta al mundo en el que vivimos, a su no pragmatismo. La malicia que me inspiran las palabras de Marcelo Moreno no solo hace referencia a lo pobre de la argumentación, así como la fealdad del texto, sino también al hecho de que el antiintelectualismo de algunos de los propios intelectuales del setenta consistía en la revalorización que se hacía del hombre de acción, líderes político-militares jóvenes y revolucionarios, como el Che o Fidel Castro. Ellos también fueron moda, la de una sociedad tan politizada como militarizada ¿Cuáles son los hombres de acción que el oficialismo clarinista opone a los jóvenes estudiantes cools y latinoamericanos? Reacción, reacción es culpar y juzgar a los jóvenes, que somos quienes debemos construir el mundo que está por venir, las alternativas políticas a estas momias, a ellos que son las mafias que dicen que nosotros negamos, que son responsables (y no las nuevas generaciones) de las consecuencias de una injusticia irreparable, sobre lo que se debería pensar, discutir, antes que seguir justificando con palabras livianas una historia que traumatizó a la Argentina. Asimismo, los intelectuales que reivindica, que fueron pocos, ya que la mayoría a los que probablemente se refiere fueron estrategas y líderes políticos, probablemente no se habrían sentido homenajeados con esas palabras, todos ellos formados en una cultura latinoamericana, muchos de ellos incluso amantes de escritores, músicos e intelectuales en general de Europa, Asia y Norteamérica.
El eterno retorno de estos pensamientos y sentidos acerca del intelectual, de la política, de caracterización de géneros, razas, especimenes, para recrear enemigos (judíos, extranjeros, negros, hippies, gays, etc…) que es preciso conjurar y reactualizar odios, nos amenaza con sus consecuencias y que expresa algo de la dimensión cultural del autoritarismo en la Argentina.
Parafraseando a la revista Barcelona, y como un juicio sumarísimo a los intelectuales cool (entre los cuales yo debo tener al menos una pata adentro) ...
ResponderEliminarHay que matarlos a todos.
Ahora en serio:
ResponderEliminarBrillante Ile, te aplaudiría de pie. Sobretodo por lo de "estas momias" xD
La bíblica idea de pagar los pecados del padre me tiene, hablando mal y pronto, los huevos al plato. Con esto no digo de olvidar el pasado, todo lo contrario.
Si, es un problema generacional. La memoria es importante, como decía Mariano, pero justamente para no reproducir los sentidos del pasado.
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