jueves, 30 de julio de 2009

I- La divinatio





Existió en la antigüedad toda una actitud, unas técnicas, una disposición para significar el lenguaje repartido por las divinidades en el mundo. A través de signos se adivinaba y lo que se adivinaba no era otra cosa que lo divino. Los dioses hablaban a través de la naturaleza, de las cosas, de los hombres. La comprensión de ese saber divino suponía la divinatio; conocimiento que adivinaba, al azar, signos absolutos y más antiguos, la inserción en el conocimiento del espacio enigmático, abierto y sagrado de los signos. Le corresponde a un análisis y al arte combinatoria el hacer aparecer lo divino y hacerlo claro, ligarlo y distinguirlo.
A través de la aruspicina, revolviendo y escudriñando en las entrañas de un animal sacrificado, los romanos interpretaban esas señales de las divinidades. Esta era una técnica para adivinar la palabra de los dioses que fue incluso conservada de forma clandestina por los cristianos hasta aproximadamente el siglo XI. Grillot de Givry cita el caso de Gregorio de Tours quien relata en “Historia Francorum”, Libro VII, Capítulo XXIX, donde Claudio, enviado del Rey de Guntchramnus en Tours, consultó los aurúspices a la manera romana.
Se conservó mejor hasta nuestros días la esticomancia, la adivinación a través de un libro que se abre al azar, o según algún otro procedimiento, interpretando proféticamente luego las palabras que allí se leían. Esta costumbre estaba igualmente tomada de la antigüedad donde se servían de los libros de Homero o de Virgilio y podemos recordar también a los libros sibilinos. El cristianismo sustituyó los objetos, prescribíendo el uso de los Evangelios y la Biblia.
El mundo circular de los signos emuló su modo de ser a los objetos que contenían los signos divinos y que, asimismo, ponían en juego el azar. Así, se le otorgó un carácter adivinatorio a los objetos en rotación como la criba, tamiz, cedazo o simplemente un cuchillo, antepasados de la mesa giratoria propia del espiritismo del siglo XIX.
La naturaleza fue el espacio de expresión por excelencia de las deidades, de tal modo que a los cuatro elementos les correspondían diversas formas de adivinación: la piromancia, la hidromancia, aeromancia y geomancia.
Entre otros tipos encontramos la alectomancia que consistía en la adivinación por el gallo. El procedimiento era dividir un círculo en tantas partes como tenga el alfabeto y tomando granos de trigo se los colocaba en cada letra, luego se introducía en el círculo un gallo y se tomaba nota de las letras que picoteaba. Grillot de Givry afirma que “es sabido que el emperador Valente empleó este procedimiento para conocer a su sucesor en el imperio. El gallo comió las letras Teod que el emperador interpretó Teodoro e hizo matar a todas las personas que llevaban este nombre. Sin embargo Teodosio lo sucedió en el imperio”.
Los Papiros mágicos griegos nombran a la lampadomancia basada en la observación de los movimientos de un candil. La belomancia apreciada por los antiguos guerreros, adivinación que se practicaba por medio de las flechas. La astragalomancia practicada con huesecillos marcados con las letras del alfabeto y que más tarde fueron sustituidos por los dados o runas. También llegó a confeccionarse un arte complicado que combinaba los dados con oráculos, similar al I-Chin o a lo que podríamos suponer que ocurría con los libros sibilinos.
Conocida por los etruscos y romanos fue la ornitomancia, es decir, la adivinación por el vuelo de las aves, así como la cristalomancia, por ejemplo, por medio de un espejo mágico. Varrón dice que era originaria de Persia y que Pausanias afirmaba haber visto en un templo de Ceres una fuente que consultaba por medio de un espejo al cual estaba sujeto un hilo que sumergía en el agua, en el espejo se podía observar si las personas que se encontraban enfermas sanarían. Era creencia que Pitágoras poseía igualmente un espejo mágico que presentaba a la faz de la luna antes de mirar el porvenir, imitaba con esto a los brujos de Tesalia que empleaban este método desde la más remota antigüedad. Los espejos mágicos están citados por Esparciano, Apuleyo, Pausanias y San Agustín. Sea cual fuera el objeto, el animal y hasta a veces un hombre, se trataba de un canal por el cual se leían señales, conocer significaba interpretar y esta era una tarea de las artes mágicas.
Cierta sombra se esconde detrás de la discriminación y aceptación de esas conductas, cierta sombra ideal que recae sobre una larga historia que se ha contado de diversos modos posibles y que asoció a las distintas ideas de bien con las de felicidad. Los historiadores afirmaron que algunas de estas técnicas de adivinación son el producto de una idea religiosa que la conciencia humana ha poseído en todas las épocas, la fe en la providencia y que ésta presupone dos condiciones o postulados cuya reunión constituye el fondo de toda doctrina religiosa: la existencia de una divinidad inteligente y la posibilidad de relaciones recíprocas entre el hombre y la divinidad, y es una consecuencia racional, sino necesaria de ello, dicen también, ya que se considera que estas prácticas pueden contribuir a la felicidad del hombre o su perfeccionamiento. Sería difícil demostrar que en Grecia o Etruria se tenía una concepción evolucionista del alma-cuerpo y mucha más complejo suponer que esa progresión implicaba su felicidad, éste sería el esfuerzo de reproducir una ilusión retrospectiva y es así, en parte, porque ese nuevo rastro que considera evoluciones y condiciones racionales ligadas al bien y a la felicidad es el que ha borrado a la tradición antigua.
Así, solemos considerar a la adivinación como una forma de religión, sin embargo, más bien esta es parte de un conocimiento. La adivinación era una de las formas de la magia que era inherente a la manera de conocer de los antiguos. Y este carácter sagrado que los dioses depositaron en todas las cosas del mundo puede ser interpretado a través de esas marcas que hay que descifrar, y esto no es otra cosa quizá que hacer hablar a esas marcas mudas.
En Etruria se evocaba a los dioses para que anunciaran sus designios y a través de estas técnicas adivinatorias los etruscos pretendían conocer de las deidades la verdad acerca de sus placeres, se instruían sobre el arte de complacerlos, puesto que a pesar de que el futuro les fuera revelado, ese porvenir, como para Edipo o Valente había sido ya dispuesto y era inmodificable. El pasado constituía para este pueblo un error originario que pervivía en su presente como herencia, su historia y su identidad.
Presente que por otra parte era entonces el momento en el que las divinidades daban sus señales para preparar a los hombres hacia el futuro que interpretarían, descubrirían y sabían fatídico, ante el cual como mortales poco podían hacer.
En Etruria estas técnicas se habrían institucionalizado, a través de ellas se revelaba la palabra, los caprichos de los dioses, sus verdades, pero era practicada y el culto dirigido por autoridades, sacerdotes o funcionarios especializados, que anunciaban lo que los dioses esperaban de los hombres. El futuro era lo que se esperaba de ellos aunque, muchas veces, se legitimaba de esa misma forma lo que ya estaba dicho, confirmaba un cierto estado de cosas; pero también exigía una ciertas actitudes, practicaba una vigilancia, aconsejaba conductas, recordaba la imperfección del hombre por su pasado; y a la vez el futuro y los dioses que lo revelaban guiaban y anunciaban con su sola presencia y evocación los límites de lo humano que eran los limites del mundo. Esto era así también respecto de su felicidad, de su mejora y de su bienestar, lo que no era posible de otro modo, su tragedia. La adivinación en Etruria nada tenía que ver con un ideal de perfección, de felicidad y de libertad. O quizá no convenga acercarse a aquella herencia arcaica en esa clave.
Entre los griegos la adivinación fue también muy popular, sin embargo, habría variadas opiniones y debates sobre esta práctica, escépticos como los aristotélicos se mofarían del éxtasis profético de los platonistas. Si bien algunos políticos creían que efectivamente las técnicas adivinatorias facilitaban el descubrimiento del porvenir y otros las consideraban creencias del pueblo, al menos hasta la monarquía helenística, no existían instituciones políticas que regularan estas prácticas, aunque sí especialistas, más bien existía cierto desinterés de los políticos por administrar o evocar a su favor la espiritualidad popular.
En cambio persistirá esa institucionalidad etrusca en Roma de un modo singular. El gran sacerdote era quien dirigía el conjunto de la religión y el Estado intervenía en la proscripción o aceptación de las técnicas adivinatorias. De todas formas, se introduce allí una novedad, puesto que a pesar de la herencia etrusca, los romanos decían no adivinar el futuro, creían en cambio que los dioses daban señales, se mostraban, creaban formas no humanas de expresar su voluntad y no existía una facultad de los hombres que los obligara, que ejerciera un poder sobre ellos para hacerlos confesar lo que deseaban, lo que los tranquilizaría o esperaban.
Las técnicas adivinatorias eran más claramente adivinatorias, por ello, interpretativas, a partir de ciertas destrezas, se conjeturaba, se especulaba sobre aquellos fenómenos considerados divinos, sobre lo que no era posible conocer y se intentaba explicar según unas prescripciones, técnicas y unas autoridades, se los llamaba augurios o auspicios.
Particularmente en Roma el individuo gozaba de una cierta libertad en la configuración de su porvenir, su destino no era trágico e inmodificable. Especialmente para los estoicos, la libertad consistía en examinar esas representaciones que emanaba de un cosmos que sojuzgaba a los hombres y ocultaban tras sus sombras la realidad. Era el ejercicio de librarse por esos medios de los fantasmas y ejercer la soberanía de la razón en armonía con el orden cósmico homologado a la ciudad.
Sólo a partir de la incorporación de la cultura y filosofía helenística se introducirá el concepto de destino unívoco, aunque de forma más atenuada. Incluso el estoicismo hará suya esta concepción, no sin resistencias o descreimiento de algunos de los integrantes de estas corrientes, este es el caso de Cicerón. La dirección aristocrática extranjera etrusca influenció las creencias religiosas latinas, sobre todo en lo concerniente a la adivinación, durante el período de los tarquinos. Sin embargo, estos elementos no penetraron profundamente en el núcleo latino. ya que las actitudes religiosas eran muy diferentes. Recién a partir de la segunda guerra púnica, quizá por las consecuencias críticas que implicó la guerra, las técnicas adivinatorias volvieron a florecer influenciadas por la mántica etrusca y griega. El ejemplo más claro de este crisol de culturas se puede ver resumido en los libros sibilinos.
Bouché Leclerq afirma que la adivinación tenía para estos pueblos un valor moral y que éste vivificaba al politeísmo greco-romano, representaría la creencia en una revelación permanente otorgada por los dioses a los hombres como una suerte de socorro intelectual ofrecido espontáneamente y obtenido con facilidad, gracias al cual la sociedad y los individuos podían reglar sus actos con una prudencia sobrehumana.
El espiritismo Kardeciano del siglo XIX cuestionará ese valor moral de las prácticas adivinatorias con argumentos no menos morales. Comparten la necesidad de una constante relación y comunicación entre un mundo material- espiritual y un mundo divino-terrenal para los antiguos y exclusivamente espiritual-cósmico para los espiritistas, ubicando al espíritu en el lugar de la inteligencia o del yo moderno. Los espiritistas, sin embargo, creen que los dioses más alejados de la imagen del hombre son espíritus luminosos, son a éstos a quienes hay que escuchar, los maestros, ya que su sabiduría revela al hombre las leyes divinas, la moral a seguir en la vida terrenal del sujeto. El encuentro de esta creencia con el evolucionismo del siglo XIX supone una idea que era ajena para los antiguos: el hecho de que las revelaciones de los espíritus que representan al bien establezcan una moral divina, implica que el camino hacia su cumplimiento purifica al individuo y lo lleva a su evolución, cuyo punto culminante es la perfección a semejanza de los espíritus elevados. También puede ocurrir el camino inverso en el caso de comunicarse con espíritus rastreros, demasiado humanos, ligados al cuerpo, a los deseos, a los placeres y que aferrándose a esa materialidad transgreden las leyes divinas.
Este mundo espiritual que tiene toda una gradación y jerarquía según valoraciones morales, en cuya cúspide se ubica Dios, no es más que la confluencia con otra serie que es la del cristianismo. Y es por ello que el espiritismo establece limitaciones institucionales y doctrinarias a las mancias. El espiritismo si bien cree en la adivinación, asume que el porvenir esta oculto para el hombre y que solo en excepciones Dios permite que se revele. Dicha limitación la explica Kardec afirmando que si el hombre concibiera su porvenir " descuidaría la idea y no obraría con la libertad actual, porque lo dominaría la idea de que si una cosa ha de suceder, no debe ocuparse de ella, o bien procuraría estorbarla"
La sola existencia de una idea previa a desarrollarse y exterior, que es capaz de dominar desde fuera al sujeto, pero que intuye su yo en forma de mala conciencia, materializaría ese presagio por sugestión, condicionamiento u alguna otra forma de autolimitación a poder transformar eso que se develó como porvenir. La libertad es liberarse de esa idea de tragedia. No consiste ya en saber como complacer o burlar aquello que es más poderoso, que es ajeno a nuestra comprensión, que no está dentro de las posibilidades humanas modificar, que no tiene solución, con lo que quizás hay que convivir y que, en el peor de los casos. puede volverse contra nosotros a través de la ira divina; sino que la libertad es librarse de esa sujeción, a través de cierta introyección, ocuparse de la idea propia de las cosas, dejándola hacer, pues el destino depende de cada uno, de las decisiones en libertad de los espíritus encarnados que son los hombres.
Sin embargo, la posibilidad de adivinación no depende de la voluntad de los hombres, el sujeto que desea conocer su porvenir está limitado a la voluntad de Dios. Quienes intenten desafiar esa voluntad divina son susceptibles a recrear por sí mismos la tragedia. La Escuela Científica Basilio que surge en la Argentina a principios del siglo XX, cuyo espiritismo Kardeciano entronca más profundamente con el cristianismo, directamente proscribe la práctica de la adivinación. Su creencia se sustenta en la idea de que "solo se puede adivinar algo que nosotros condicionemos o proyectemos a que suceda", la adivinación supone subordinar la libertad del individuo y esto es ir en contra de una de las leyes de Dios. Solo se permiten revelaciones de espíritus elevados, incluso del propio Jesús, a través de médiums que ofician como canales de la verdad pero nunca se asumen como interpretes de esas divinidades o agraciados con capacidad de ver algo que está vedado para el común de los mortales, la del médium es una actividad reglada y jerarquizada por la institución.
Para el espiritismo entonces la libertad del individuo respecto a la configuración de su destino es una ley divina y desafiar a Dios, practicando la adivinación, revelando aquello que está vedado por su voluntad, supone un castigo al alma, un error espiritual que se paga terrenal y espiritualmente, puesto que al adivinar no se estaría conociendo el porvenir, sino violando una ley al condicionar la libertad de los individuos. Desaparece el escenario trágico. La ley es preventiva, proscribe antes de que suceda, sanciona la trasgresión e institucionaliza la práctica en el caso de la Escuela Científica Basilio. El Dios espiritista no castiga, impone la ley, al individuo lo castiga su consciencia. La pena se cumple no sólo en el mundo espiritual sino en la vida terrena. La ley no la impone sólo el Estado, sino una divinidad inteligente que expresa una moral en forma de ley asociada al bien y que considera a la libertad y a la obediencia como valor y a la trasgresión como un crimen cuyo castigo se inflige en el alma y el cuerpo. El encierro del alma se dispone en la consciencia a través de la culpa pero tiene efectos en esta y otras vidas.

No hay comentarios:

Publicar un comentario