lunes, 11 de abril de 2011

Mad Men


Madmen es una serie norteamericana ambientada en la década del 60’. La reconstrucción histórica de la revolución cultural en los Estados Unidos es una obra maestra. No se trata en absoluto de una exaltación patriótica de su cultura. Sin embargo, tampoco es una pieza crítica demoledora del sueño americano al estilo de “Belleza Americana” o Revolution Road;, sobre todo de esta última que, creo entender, intenta- sin éxito- imitar a Madmen en formato película. Todo en la serie gira en torno a desplazamientos de un delicado equilibrio por el que se precipitan los personajes hacia sus tragedias personales. Especialmente su protagonista, el encantador Don Dreaper. Por tanto vemos, por ejemplo, que las mujeres amas de casa no son simples víctimas de la sociedad, sino que también se constituyen como las principales administradoras del poder doméstico que, a través de ese ejercicio sobre la vida de sus maridos e hijos, amplían su radio de efectos más allá del hogar. La liberación sexual, a la vez, supone para las mujeres problemas, se enfrentan a la necesidad de pensar ¿qué hacer con esa libertad? ¿Cómo conducirse? ¿Una vez más los hombres dictarán sus conductas? ¿Qué efectos acarrean resistirse? Los hombres tampoco son dominadores sin fisuras. Aman, se desengañan, son frágiles y manipulados, y sufren los destinos trágicos prefigurados con los que contribuyen con sus propias decisiones, en un mundo que experimenta rápidos cambios a los que se adaptan mal y cargando con el peso de su pasado: infancias en el abandono, violencia, conflictos con sus padres, la pobreza, la guerra, discriminación…A la problemática de género, se suma la generacional y esa ruptura con el pasado ha sido producida por la guerra. La guerra persiste en el relato de los veteranos, pero le resulta algo sumamente extraño y difícil de comprender a quienes han nacido del “Baby boom” y en medio del Estado benefactor. A ellos les toca lidiar con nuevas fuerzas también nacidas del intento de reconciliación con la tragedia del pasado.

El final de la cuarta temporada parece generar problemas para su público. Don Draper encuentra la felicidad en Disneylandia. Los guionistas juegan con nuestras emociones e identificaciones, confundiéndonos. Se rehúsan a darle a la serie un cierre redondo y este es en nuestro tiempo una versión políticamente correcta de la crítica a los valores de las sociedades que ya han dejado de ser en nuestro mundo. Salida fácil, gratuita en estos tiempos, que nos dejaría más tranquilos: critica a la familia, mujeres victimas y/o oportunistas, hombre mujeriego sin remedio, generación nueva aburguesada, severidad y violencia, y ahí estaríamos, defendiendo lo buenos que somos ahora que hemos dejado de ser aquello. La mirada de la serie interpela críticamente a nuestro presente a través de su público y, si se quiere, más allá, a un problema existencial: el problema del sentido, el dolor y la tragedia.

En mi opinión el final se reconstruye de a partes. La verdad sobre todas esas historias que se enredan no está exclusivamente orientada por las decisiones de Don Draper. Cada personaje, como sus espectadores, tenemos intereses, pequeñas verdades, puntos susceptibles. Sus historias nos tocan de lleno, de refilón, por el centro, fibras sensibles. Y ahí salimos a defender personajes como defendiéndonos a nosotros mismos. Si nos detenemos un poco creo que es bueno pensar en esas identificaciones y lo que esperamos de esos personajes que, al parecer, nos decepcionan, porque no nos justifican. No es que quiera hacer de la interpretación de la serie una especie de subjetivismo personal. Lo que pasa a través de ellos y nosotros no es personal, es el mundo. Yo me tomé como ejercicio, a veces fallido, pensar contra ese o esos personajes con los que sentía afinidad o rechazo. La serie nos permite comprenderlos y quizá también reconciliarnos con nosotros mismos y este mundo.

Vuelvo entonces sobre esta idea de que no hay la historia, sino historias y múltiples narradores. Es cierto que Don encuentra aquello que le permite no profundizar la herida hasta el punto de destruirlo todo, esto es, de llegar al extremo de suicidarse. Los primeros capítulos de esta última temporada parecían ir en ese sentido. Estaba devastado. Por eso creo que Tomás Abraham advierte que de no hacer un giro en ese camino un destino posible era que se tirara por la ventana como en la presentación. Pues es cierto que, muy que le pese a quienes querían verlo borracho y huidizo toda su vida, la realidad es que las personas que atraviesan esas experiencias no se vuelven encantadoras sino que terminan destruidas. Que no profundice esa herida, no significa que no existe una grieta, que sigue avanzando silenciosa y que él no detiene. La grieta que hace a este personaje tan interesante sigue allí y no se irá nunca. La escena final de Draper mirando por la ventana a la nada lo representa. Betty por su parte aporta el haber entendido algo que Don todavía no experimentó con intensidad: “nada es perfecto”. Su esposo le hace entender explícitamente – y también pensamos en Don en ese momento- que no se va por ahí empezando de nuevo, con nuevos orígenes. No hay orígenes, siempre estamos en el medio de las cosas, viviendo. Don encontró un impasse de felicidad y paz, no una salvación ni una vida Disneylandia. Faye, como buena vaticinadora que basa sus predicciones en el estudio de las conductas de las personas, sabía que a Don le pesaba ese vacío y la soledad. Esto es también lo que le dicen las cartas de Tarot a través de Anna. Faye anticipa asimismo algo de lo que puede seguir cuando afirma que el sentido aparece para Don en los inicios, en el comenzar algo, donde puede revelar quién es y se aleja de su pasado. En el fondo, quizás ella tuvo la esperanza de ser la protagonista de ese nuevo comienzo, incluso a sabiendas que no podía ser nunca definitivo, pues él siempre está empezando de nuevo e incluso conociendo que carecía de las aptitudes que probablemente él buscara para su vida (“en un año estarás casado” le dice y tras el episodio con su hija, se revela que ella no puede cumplir ese rol que para él tiene un valor para alcanzar cierta estabilidad en su compleja relación con su familia). Don encuentra la estabilidad en el trabajo, pero a veces, el trabajo no da las respuestas a la durabilidad. La tragedia se avecina si pensamos que Don ha confundido el trabajo con la labor. Se ha fabricado una situación para dar estabilidad y durabilidad a su vida personal. Pero los nuevos comienzos son frágiles e inciertos, no se sostienen ni se administran como una campaña publicitaria. Veremos qué pasa en la próxima temporada.

Finalmente, la reacción de Peggy se comprende por su experiencia. Ella sufre su decisión de haberse fugado del mundo femenino hacia ningún lado, puesto que en el mundo de los hombres nunca será reconocida completamente como una igual. Me parece que no aspira a negar su condición de mujer (y todo parecería indicar que se reencuentra con ello), lo cual no alivia su conflicto. Finalmente Joan, quien sí usó sus estrategias femeninas para hacerse un lugar, sin embargo, rechazó una y otra vez, al igual que Peggy, ser una de esas chicas “en busca de matrimonio”. Quizá lo rechazaron o quizás nunca podrían haberlo conseguido de esa forma. La cuestión es que ellas, a la vez que se sienten orgullosas de eso, no dejan de sentir el peso social que significa.

Por todas esas contradicciones esos personajes son tan interesantes. De Megan, en cambio, no sabemos mucho, como de la Joan de Roger. Quizás por esa razón nos parecen personajes un poco aburridos. Y, también, es probable que por esa apariencia que presentan los comienzos, la de mujeres y hombres que consiguen lo que quieren, son bellos, espontáneos, felices, no tienen frustraciones, y se mueven por pasiones con las estrategias incluso más traicioneras, reaccionamos a ellos. En el fondo despiertan nuestras frustraciones. Queremos más, y no sabemos si quiera, dice Don, a dónde nos llevará eso. Les exigimos una moralidad que nos redima, que haga parecer al mundo más justo. Nada sucede de esa forma en la vida. Y en ese sentido, la serie es un artificio que expresa muy bien la complejidad de la realidad misma y por eso no nos deja irnos a dormir tranquilos.

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