viernes, 23 de abril de 2010

HISTORIA Y MEMORIA



Para abordar la historia reciente de nuestras escuelas es importante que los docentes podamos distinguir las diferencias entre historia y memoria. Este puede ser incluso un interesante punto de partida a partir del cual problematizar en el aula la especificidad de la historia en tanto disciplina distinguida de las formas de recuerdo colectivo. Por otra parte, es preciso indicar que los ejercicios de memoria en torno a ciertos acontecimientos del siglo XX tienen la particularidad de conectar el presente con un pasado que pervive en nuestras sociedades como algo inenarrable. Nos referimos a aquellos acontecimientos que testimonian (experiencias de vida, documentos, testimonios, etc.) las conductas de los hombres ante las situaciones límites y los crímenes masivos. Teniendo en cuenta esta especificidad, es preciso trabajar con los alumnos de qué modo la historia y la memoria constituyen dos tipos de relación diferentes con el pasado desde enfoques que no solo apelen a la construcción de conocimiento, sino también a los interrogantes éticos, políticos y jurídicos sin solución sobre ese pasado. Estos problemas se encuentran inscriptos en el campo de la memoria. Pues, en efecto, la actividad de recordar se interroga por su fidelidad al pasado y no encuentra jamás una respuesta definitiva. A diferencia del archivo, en el que se fija de una vez y para siempre un contenido, la memoria desbarata y actualiza sin pausa aquello que evoca. Y, aún así, no deja de inquietarse por la fidelidad de su recuerdo. Esto significa que la memoria es una relación con restos del pasado vivos en el presente y sus urgencias, de un pasado que no deja de pensarse y recordarse a sí para abrir el futuro. Por esa razón no admite la repetición de un mismo relato. El recuerdo lejos de volver igual a sí, vuelve con una diferencia. Pues la repetición sin variación de un mismo relato puede significar la derrota y no el triunfo de la memoria. Por una parte, porque en la repetición idéntica no hay pensamiento. Por otra, porque la memoria es un acto de recreación del pasado desde la realidad del presente y el proyecto de futuro. Es desde las urgencias actuales que se interroga al pasado, rememorándolo. Y, sin embargo, al mismo tiempo, es desde las particularidades de ese pasado, respetando sus coordenadas específicas, que podemos construir una memoria fiel (Calveiro, 2005:11). La memoria implica entonces un doble movimiento y una doble dificultad: por un lado, se trata de recuperar la historicidad de lo que recuerda reconociendo el sentido que le adjudicaron sus protagonistas (y no según una voluntad de encontrar una verdad o verdades históricas parciales a la manera en que interroga la historiografía al pasado). Y, por otro, insiste en volverse hacia el pasado como algo dotado de sentido para la actualidad. Se trata en fin de ejercicio de recuperación de sentido a partir del presente que permita unir lo que fue con lo que es. Por ello el acto de recordar se opone al olvido en tanto pérdida de sentido o, en otros términos, la locura. El recordar no es una forma de conocimiento del pasado, sino un ejercicio que al reencontrar el sentido del pasado, éste se abre, actualizando a su vez la posibilidad misma de sentido del presente (Calveiro, 2005:20).
Una breve historización de la experiencia social de la memoria en nuestro país
De la resistencia a la acción de la memoria
En la Argentina, la problemática de la memoria social surgió primero como una resistencia frente a la clandestinidad de las formas que asumió la acción terrorista durante la década del 70´, no solo frente al plan sistemático de detenciones ilegales, torturas y asesinatos masivos, sino también al control estricto que el Estado terrorista tuvo sobre la información pública de esas prácticas. Es en ese plano, en el de una lucha por la información y la verdad, que se desarrolló el enfrentamiento principal con la dictadura. Hugo Vezzetti afirmará que “la obra más eficaz de la resistencia, la que contribuyó a socavar el poder militar, residió en ese objetivo de verdad: hacer conocer a la sociedad y a la opinión internacional la magnitud de los crímenes” (2005:21). Su valor fue entonces, en primer lugar, el de enfrentar el silencio y a la falsificación de los hechos. Una oposición pública que emprendieron los organismos de derechos humanos y las Madres de Plaza de Mayo. Será a partir de entonces que se establezcan las relaciones entre distintos componentes de la acción por la memoria y los derechos humanos. Vezzetti los ordena en tres tipos de acciones públicas. Primero estuvo el reclamo por la verdad, acerca del destino de las víctimas y la información sobre los crímenes; en segundo lugar, la demanda de justicia que apuntaba a que los delitos cometidos por el Estado no fueran impunes y, por último, el propiamente dicho imperativo por la memoria, que refiere entonces a las resistencias a las formas históricas o institucionales de olvido o de falsificación de lo sucedido. Este último reclamo sólo tardíamente alcanzó a instalarse ampliamente en la escena pública. El cambio- hay que decirlo- se produjo no porque el problema fuera ya el ocultamiento desde el poder, sino a raíz de la situación planteada por el estallido de testimonios, imágenes y denuncias de la sociedad. Se produjo un desplazamiento desde la falta de información a una profusión de la misma a través de los medios que fue denominado “el show del horror”, por su fuerte contenido visual y búsqueda del impacto inmediato. Y se tradujo en un nuevo desplazamiento desde las acciones orientadas a hacer brotar la información hacia los requerimientos de una elaboración. Por tanto, ya no se trataba simplemente de sacar a la luz los hechos, de cualquier manera, sin más, sino de favorecer una selección y una forma de presentarlos. En principio, para demostrar que se trataba de una maquinaria deliberadamente organizada desde el Estado. Es decir, esa elaboración y preparación de los elementos intentaba demostrar la responsabilidad institucional de las Fuerzas Armadas. Estas actividades se inscribieron, por un lado, desde el punto de vista jurídico, en un campo más general de los derechos referido a los acontecimientos límites y las violaciones en gran escala de los derechos humanos. Por otro lado, empezaron a referirse a la voluntad de impedir que esas experiencias pudieran repetirse. El problema que Hugo Vezzetti quiere destacar a través de este recorrido es que en esta etapa en que se pasó de la resistencia a la acción destinada a salir de ella, que se completa con el derrocamiento a la dictadura, “se planteaba, necesariamente, el problema de los criterios y los valores que debían orientar un trabajo deliberado de la memoria en la nueva situación” (Vezzetti, 2005: 23). De modo que la perspectiva del develamiento de la información como los reclamos jurídicos comenzaron a exponer sus límites ante la proliferación de polémicas que interrogaron desde enfoques éticos y políticos otras dimensiones problemáticas de ese pasado, aquellas no necesariamente ligadas a la incuestionable responsabilidad de la institución militar sino también de otros sectores de la sociedad civil, de las que nos ocuparemos en los dos últimos ejes.
Sin embargo, antes de llegar a ese nuevo haz de interrogantes es necesario detenernos en un momento particular de esta historización de la memoria que representa una instancia formadora de la experiencia social del pasado reciente: el Nunca Más y las repercusiones del Juicio a las Juntas.

Memoria y justicia

Con la recuperación del estado de derecho y las instituciones en tránsito a la democracia se produjo la no menor experiencia social de revelación de los crímenes que significó, a la vez, una suerte de rescate ético de las víctimas. La ley y su autoridad se constituyeron desde entonces en el sostén de una operación que podríamos considerar más amplia de rectificar el pasado. La memoria ligada a los actos de juzgamiento efectivo o eventuales de los responsables de los crímenes, adquiría así una función reparatoria. En parte, fue porque la dictadura habría degradado el estado de derecho por el designio criminal que resultaba ineludible la restitución de la ley, no solo como forma de resarcimiento a los familiares y acción sobre los culpables, sino como parte de una restitución del imperio de la ley en tanto fundamento y garantía para el conjunto de la sociedad. Fue así que esa íntima relación entre justicia y memoria ha quedado incorporada a la zona fundamental de la recuperación del pasado. Y es por ese mismo entrelazamiento histórico singular que surgieron, especialmente a partir de la Ley de Obediencia de Vida y Punto Final, numerosos conflictos jurídicos para proseguir con esas políticas en el marco de un estado de derecho sin que éste se vea lesionado. Sobre esto mismo hablaremos más adelante. Lo que es interesante advertir es que paralelamente a ese proceso, a través de nuevos trabajos testimoniales, se formularon públicamente
una serie de interrogantes e incertidumbres sobre esa etapa. En palabras de Vezzetti “ya no se trata sólo del núcleo duro de la asociación entre terrorismo y criminalización del Estado, responsable de la única experiencia de violaciones de los derechos humanos en gran escala en la Argentina. Es la sociedad misma en sus organizaciones, sus grupos y sus tradiciones, la que pasa a ser, desigual y dispersamente, objeto de diversas operaciones, conflictivas incluso, de la memoria” (Vezzetti, 2005: 24) Primero preguntas en torno a la actuación de la Iglesia, los sindicatos, el periodismo, la clase política en ese marco; luego, acerca de la sociedad civil en su conjunto y, finalmente, polémicas en torno a qué recordar y juzgar de la franja contestataria, en particular de las organizaciones armadas que en nombre de una revolución también arrojaron sus crímenes sobre la sociedad. En ese tránsito hacia la democracia se dieron entonces dos movimientos: por un lado, el entrelazamiento de la memoria y las demandas de justicia inscriptas en un proyecto más general de reconstrucción del estado de derecho y un nuevo pacto del Estado con la sociedad. Por otro, de cara al futuro, las exigencias de revisión de ese pasado según el complejo entramado de relaciones entre múltiples actores políticos y de la sociedad civil que se dieron en ese período y su vínculo con la legitimación del uso de la violencia para la resolución de los irrefrenables conflictos políticos. El primero devino en un problema en torno a la relación entre democracia y derecho, que expresa muy bien el trabajo de Carlos Nino acerca de las dificultades que acarrea el hacer coincidir el objetivo político de la democratización con el reclamo moral de que todo crimen debe ser juzgado y castigado (Vezzetti; 2005:25), en un momento en que existía aún una extrema debilidad de la escena política y obstáculos para establecer un programa consensuado de reparación jurídica, ética y política entre partidos y fracciones. En esa clave, el Nunca Más, como un relato reordenador de las significaciones, no fue solo una recopilación de testimonios y narraciones de los crímenes, sino que aspiró a constituirse en una prueba orientada a sostener la acción de la ley y dotar de legitimidad ese nuevo ciclo democrático vinculado al programa de los derechos humanos. Un soporte narrativo e institucional para las garantías de un nuevo Estado y la reafirmación de valores democráticos que implicarían una toma de posición colectiva sobre ese pasado.

Memoria e ideología

A pesar de la proliferación de discursos sobre la memoria variados autores han reconocido que en la Argentina el peso del pasado es capaz aún de imponerse, incluso de manera confusa, sobre el presente, reactuándolo o como una herencia que no termina nunca. Lo contrario a esto mismo no es
el olvido, sino una forma de recordar que pone distancia de sí, distingue lo que es propio del pasado de la actualidad y le adjudica un estatuto diferente, apela a la interrogación a ese pasado. Se trata de un acto que nos permita salir del peso literal, ese apresamiento del hoy por el ayer que no admite que la experiencia presente guíe las preguntas hacia el pasado. La intensidad del pasado que está vivo y retorna se corresponde con la intensidad de la conmoción y fractura social y cultural que produjo el terrorismo de Estado. Pero asimismo, existía- y existe aún hoy, un fuerte rechazo a la exploración de las zonas grises de ese pasado. En razón de esto mismo Vezzetti afirma que se ha evocado una memoria de tipo tradicional, como memoria ideológica, por un lado, básicamente defensiva, ya que había que recordar para que no volviera a repetirse y, por otro, marcada por la recuperación ideológica que reforzaba la memoria de grupos específicos de la sociedad. En este último caso no faltaron las construcciones autocomplacientes en la evocación de su propia participación en ese pasado. La memoria ideológica refiere entonces al afincamiento en la identidad, creencias y tradiciones que no encuentran solución de continuidad, dentro de la cual se reconoce la experiencia del peronismo. Así siguió a esta primera etapa de una memoria volcada hacia las víctimas y los crímenes, un trabajo que retornó sobre esa experiencia a veces para rescatar y otras para debatir también los programas, las acciones y las figuras de la radicalización revolucionaria, devolviéndole la dimensión y el sentido político a esas víctimas, que pasaron a recordarse como militantes. No obstante, un giro autorreferencial de la memoria, tiene límites precisos. En primer lugar, corre el riesgo de mitificar sus creencias y puede orientarse fácilmente a la recuperación de la propia inocencia, anulando las zonas grises que estaban siendo problematizadas por el movimiento de la sociedad. Puede verse que esto mismo se corresponde con rasgos presentes en nuestra sociedad.

La memoria colectiva

El semiólogo Tzvetan Todorov en su trabajo titulado “Los abusos de la memoria” intentará establecer nuevos enfoques que nos permitan salir del binomio memoria y olvido como dos actividades contrapuestas. Su argumento, que será retomado también por la socióloga Pilar Calveiro para analizar los campos de concentración en la Argentina, se sustenta en que la selección de lo que se recuerda pone en juego siempre cierta preservación y también un borramiento, transitorio o definitivo. Todorov construye nuevos criterios que definen un “buen uso de la memoria” para conjurar los abusos, que tienden a ser utilizados de forma retroactiva. Con ese objetivo, propone otra distinción, entre la memoria literal de la memoria ejemplar. La primera recupera los acontecimientos como hechos singulares, que tienen una cierta vigencia en la actualidad y se caracteriza por un sometimiento del presente por el pasado. La ejemplar, se sitúa por encima de los acontecimientos o intenta trascenderlos, desdibujando su singularidad y construyendo modelos para abordar otros acontecimientos, incluso del presente. Esta tiene dimensión pública, es decir, remite al uso del pasado como una lección, convirtiéndolo en principio rector de las acciones del presente. Hugo Vezzetti cuestionará a Todorov que deja de lado la formación de esa memoria social, es decir, el hecho de que presuponga que ya está formada y disponible (Vezzetti, 2005:32) Esta memoria social en la Argentina debe ser reinscrita en la dimensión histórica de las experiencias, objetivo que constituye básicamente el eje central del libro Presente y pasado. Guerra, dictadura y sociedad en la Argentina de Hugo Vezzetti, en el que se sustenta buena parte de esta ficha de lectura que elaboramos para el taller de capacitación.
A este punto nos interesaba llegar y es el de la construcción colectiva de la memoria, sobre la cual es posible que trabajemos con nuestros alumnos y de la que nosotros mismos seamos partícipes. En principio, debemos reconocer sus rasgos. Se trata de una práctica social que depende de una proliferación de materiales públicos: rituales, ceremonias, documentos, films, imágenes, etcétera. Requiere un trabajo y como tal es preciso poner a disposición y discutir los proyectos que se elaboran en los diversos espacios (en este caso en la institución escolar), los esfuerzos que se vuelcan, los actores que participan, el tiempo y los recursos que se destinan. Es decir, un acto de memoria no es una representación mental, sino algo bien concreto, que tiene que ver con hombres, materiales, iniciativas, artefactos públicos, lugares, etcétera. Por ello debemos decir que los contenidos y rememoración del pasado si bien dependen de un estado colectivo, requieren de actores, de prácticas y marcos institucionales entre los cuales los docentes, nuestro trabajo e iniciativas y la escuela son, junto a la opinión pública y los medios, los actores centrales de la relación de los jóvenes con ese pasado, lo cual implica una enorme responsabilidad ética, social y política. Calveiro, Pilar “Memorias” en: Política y/o violencia. Una aproximación a la guerrilla de los años 70´ Buenos Aires, Grupo Editorial Norma, 2005, pp. 9-25. Vezzetti, Hugo “Introducción. Historia y memorias del terrorismo de Estado” en: Pasado y presente. Guerra, dictadura y sociedad en la Argentina. Buenos Aires, Siglo XXI editores, 2005, pp. 21-37.

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