jueves, 1 de julio de 2010

Identidad


Se sintió advertido en soledad y se irguió en las formas del espía o del asesino, es decir, podía ser cualquiera. En todos, como todos, debió marcharse de su hogar temporal, del engaño cotidiano, de incógnito entre las multitudes hastiadas de ser multitud.
Le venían ganas de reírse (no sabía de dónde) parado frente a la vitrina que, cual espejo, le devolvía la imagen de una sombra. Reparó en que una arista de la oscura figura parecía concreta, sólo en el instante en que se pensó a sí mismo en aquél tiempo y espacio. No pudo tolerarlo y rápidamente eligió un rostro lejano y se mandó a mudar indiferente, sin paraguas, destino o voluntad. Liviano se entretejía en la otredad y la cadencia de aquél viejo temor se volvía suave con la contigüidad de los cuerpos.

Cuando supo por qué, le dio rabia. Por primera vez fue preso de su confusión. También él deformaba lo que miraba- pensó- aún desde otros ojos ¿De qué le serviría a la decisión un disfraz? Era sutil, pero cierto: estaba metido y obligado. Parasitando excitado una nueva vida ajena.
Mientras dormía aquella noche, soñaba la vidriera y aquél ápice de él en la sombra. La revelación era implacable. El doppleganger sufría.
Sin recordar el padecimiento, al despuntar el sol, volvió en monstruo. Escondió a su víctima debajo de la cama del nuevo hogar- junto a las otras- y guardó su foto en un álbum de recuerdos. Desde entonces, el pequeño resquicio de identidad desapareció para siempre de su vago reflejo.

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