jueves, 21 de junio de 2007

Acerca de pensar los procesos de descolonización

“El colonialista llega a no poder imaginar un tiempo histórico
que se haga sin él. Su irrupción en la historia del pueblo
colonizado, es deificada, es transformada en una necesidad absoluta”
Franz Fanon

Montserrat Huguet incluye en el título de su artículo "El proceso de descolonización y los nuevos protagonistas", dos conceptos que fueron y son objeto de polémica para la historiografía.

¿A qué denominamos proceso de descolonización? y ¿Quiénes son los nuevos protagonistas que emergen del mismo? A partir de estos interrogantes, no me propongo discutir hechos históricos, sino reflexionar acerca de las implicancias y riesgos derivados de ciertas maneras de pensar esos procesos y a esos actores, presentes en la definición que Huguet hace de los conceptos y en los argumentos que sostienen su interpretación histórica.

Huguet sitúa al término “proceso de descolonización” dentro de un debate en el que tanto el enfoque de este autor, así como las diversas interpretaciones que cita sobre la problemática historiográfica, se inscriben en una mirada que privilegia las relaciones político institucionales entre naciones y metrópolis, a escala mundial, entre los años 1947 y 1965¿ Cuáles son las implicaciones y los límites de esta perspectiva?

Detengámonos, en primer lugar, en el problema de la periodización. Huguet supone al fenómeno de la descolonización como un proceso de una duración casi estructural y a escala planetaria, inmanente a desarrollos históricos iniciados en el siglo XIV; ya que según la definición más general que propone se trata de “una constante histórica vinculada a cada uno de los episodios coloniales desde el inicio de la Edad Moderna”[1], cuyo máximo desarrollo se produce desde la caída de los imperios marítimos ultramarinos[2] hasta la integración del Tercer mundo al escenario de confrontación bipolar a mediados de la década del 60’. La primera limitación de este supuesto es que el autor desestima toda diferencia histórica durante seis siglos que no suponga la modificación en la naturaleza de la dominación operada por las potencias a escala mundial.En efecto, según Huguet, los “viejos y nuevos protagonistas” de esa transformación, que permanece constante e invariable por una largo período, serán por definición sujetos de poder: “las naciones descolonizadas” y las potencias hegemónicas colonialistas y neo-colonialistas (o post-colonialistas).
Asimismo, Huguet demarca un período que podríamos considerar como coyuntural, que como señalamos se inicia luego de la segunda guerra mundial y que culmina aproximadamente en 1965. La determinación de este quiebre dependerá de una variable tecnológico- económica, es decir, por las posibilidades tecnológicas de la comunicación, que habían dejado de ser esencialmente marítimas, y del desarrollo de una economía internacional como posibilidad sustitutiva de la presencia física de los estados nacionales más allá de sus fronteras. A partir de ese momento sitúa la caída de los imperios creados con la necesidad del control marítimo y la emergencia de nuevas potencias, Estados Unidos y la Unión Soviética, cuyas hegemonías se sustentarán, no en la ocupación político militar de territorios, sino en la injerencia económica y cultural, así como en la legitimidad de nuevos discursos en favor de la descolonización y en defensa de la autodeterminación de los pueblos, en su versión liberal o socialista. Serán estos dos grandes imperios los que evocarán a su favor la desarticulación territorial y definirán el escenario mundial que, tras la integración del Tercer Mundo a la confrontación este - oeste, se dividirá en dos grandes bloques de naciones del centro que se enfrentarán, incluso, en la periferia. Esta explicación parece en apariencia sólidamente coherente, quizás por eso, es sospechosa. Resulta más complejo dar cuenta de la multiplicidad de tiempos y espacios de las descolonizaciones que, a pesar de que para Huguet no son en absoluto producto de occidente, quedan subordinadas a un “único” proceso cuyo sentido será “un choque entre nuevas potencias por la dominación planetaria en los términos que la historia del siglo XX otorga a la expansión”[3]
El autor reconoce en su análisis a otro actor: las naciones descolonizadas ¿Qué lugar y tiempo ocupan en ese proceso que describe? Al asumir el fracaso de una marcha hacia atrás de su autonomía e independencia, Huguet naturaliza la preexistencia de identidades nacionales, a las que supone alteradas, indefinidas, por la experiencia colonial . El espacio –tiempo que se pretende para estos estados nacionales no aparece entonces como una creación fluida en el proceso de transformación de ese presente, sino en el fin a la dominación territorial practicada por los europeos desde la Edad Moderna[4]. Por el contrario, podría pensarse que el verdadero fracaso fue el del colonialismo europeo, en su intento de prefigurar esas nacionalidades a través de los principios Wilsonianos, fundamentalmente en Asia y África, en tanto estos nuevos estados eran tan multinacionales como los viejos imperios sobre cuyas ruinas se querían construir. La modificación sustancial quizás sea que estos estados eran más pequeños y los anteriores pueblos oprimidos eran ahora minorías oprimidas. La consecuencia inmediata fue la expulsión de las masas, exterminio o subordinación de las minorías, fenómeno que se hizo patente en la década del 40´ y que fue el antecedente de los resentimientos que engendrarán, más o menos programáticamente, la idea poco precisa de liberación nacional. El descubrimiento de que la idea nacional wilsoniana no coincidía con la autoidentificación de los pueblos, provocó que de esta forma los líderes de los movimientos reivindicaran el reconocimiento de ese principio nacional (que no era el wilsoniano) y exigieran el derecho de la autodeterminación de ese pueblo.

No obstante esto, como ya señalamos, Huguet considerará que esos fenómenos no son estrictamente descolonizaciones, en tanto, por ejemplo, el panarabismo se desarrolla bajo la tutela de occidente sobre las familias aristocráticas a cargo de organizar los estados y el interés británico de retirarse del territorio; India o China reaccionan al colonialismo a través del comunismo y el nacionalismo; Japón rivaliza con occidente a través de los patrones europeos. Respecto de Indochina se asume que los conflictos responden a la decisión de Francia de considerar que el imperio constituía la condición indispensable de salvación durante la guerra, precipitando la crisis con la aplicación de medidas de reorganización centralizadora de las colonias y la intensa defensa de sus negocios de ultramar. Diferentes son los casos de Argelia, Vietnam, Laos y Camboya, y las últimas descolonizaciones del África Negra, en relación a que los telones de fondo fueron la Unión Soviética y Estados Unidos, antes que las modalidades coloniales de Europa.

A pesar de que esta distinción se propone también rescatar, al menos teóricamente, la importancia de los desarrollos internos de algunas ex colonias, los criterios comparativos están enfocados según variables geopolíticas impuestas por viejas o nuevas potencias y en función del tipo de relaciones que establecen las metrópolis con las colonias, fundamentalmente observadas desde una perspectiva institucional antes que multicultural. Así, la aparición e intervención de sujetos colectivos inéditos en la historia, como los movimientos de liberación nacional; sus resistencias y luchas por la liberación pero también en oposición a la nueva modalidad de la dominación de las potencias a través de la infiltración económica y cultural, son asimilados por Huguet a una interferencia en la confrontación entre metrópolis por los repartos del poder a escala mundial.

Este tipo de enfoques tienen según mi entender un defecto importante, en tanto desestiman en el análisis el impacto de los cambios en las prácticas sociales y políticas que inauguran estos movimientos. Asimismo, de la función política y social compleja que suponen esas prácticas. Y finalmente, de las representaciones construidas en torno a las mismas. Es posible pensar que la aparición inédita, la discontinuidad geográfica y los elementos que caracterizan a esos movimientos de resistencia o lucha, expresan algo de su protagonismo y originalidad en la configuración del escenario mundial como en la modificación de la propia naturaleza de los sujetos de poder; en tanto esos focos diversos y dispersos, de composición y definición étnica, social, de género, generacional, ideológica, religiosa variada, y a veces combinada, no supusieron debilidad ni insuficiencia. Por el contrario, podrían ser síntomas de que una determinada totalización en las soluciones pertenecía más bien a esa nueva modalidad de la dominación[5] sintetizada por la Guerra Fría; y también en tanto la naturaleza y las formas del poder se definen por lo que incluyen, pero también por lo que excluyen. La operación se repite en la forma de conocer y conceptuar ese proceso. En este artículo las referencias a la multiplicidad de espacios, tiempos y culturas; a la participación variada de movimientos sociales y políticos no inscriptos en las relaciones político institucionales internacionales, a los conflictos internos de los territorios no occidentales, al protagonismo de los “condenados de la tierra” y a los movimientos en los cuales se organizaron, así como a ciertas experiencias no alineadas a los dos bloques[6]”, son casi marginales.

Notas:
[1] Huguet, M. “El proceso de descolonización y los nuevos protagonistas” en J. Aróstegui y otros; El mundo contemporáneo: historia y problemas. Bs. As., Biblos/Critica, 2001, cap. 13.Pág. 697.
[2] Se refiere a España y Portugal y, posteriormente, a la caída de los imperios británico y francés.
[3] Huguet, M. Op. Cit. Pág.743.
[4] En algunos casos, para este autor, el retiro de los territorios fue producto de la voluntad de las metrópolis.
[5] Este tema puede profundizarse en: Los intelectuales y el poder. Entrevista a Michel Fucault por Gilles Deleuze. Foucault, M. Microfísica del poder, Editorial La piqueta, Madrid, páginas 77-86.
[6] Según Huguet estas constituyen “un regalo que las descolonizaciones ofrecen a las relaciones internacionales en el siglo XX ” Huguet, M Op. Cit. Pág. 743.

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