sábado, 8 de marzo de 2008

El infierno prometido (Elsa Drucaroff)

En el día de la mujer, quería rescatar la entrevista que realicé a Elsa Drucaroff, una gran mujer que me enseñó a mirar ciertos aspectos de la realidad política de las mujeres desde una perspectiva reparadora y a través de un discurso de resistencia.

El infierno prometido y la construcción de un discurso de resistencia

En diversas miradas sobre la Argentina y su pasado, los discursos se adhieren, reproducen abnegados, demuestran talentos y saberes, debaten o explican, y así se desarrolla la marcha tortuosa y a menudo contradictoria del pensamiento. En algunas ocasiones se cuestiona cierta fidelidad de la memoria a una herencia. Al respecto, existe una bella disonancia entre los relatos históricos que tienden a recuperar procesos totales y la novela histórica. Es posible imaginarse que esta última al igual que “la historia” no está exenta de la tenaz industriocidad que requiere la exploración retrospectiva de un tema y un período, formando parte también del esfuerzo colectivo y constructivo de la memoria. Tampoco es ajena a las creaciones de mitos, como a las versiones menos frecuentemente ofrecidas que sacuden los recuerdos favorecidos por la continuidad o el silencio, rememoraciones parciales que dejan larvados acontecimientos valiosos del pasado.
La relación entre la historia y la literatura, quizás esté ligada por el ejercicio de la memoria que, entre muchas otras cosas, a través del documento de ficción, releva al relato histórico de una tarea que se le escapa: el testimonio ficcional, que deshace y rehace las palabras y experiencias de un protagonista del pasado que viene a reclamarse como era, aunque ya no sea así, aunque nunca haya existido.

En ese sentido, Elsa Drucaroff propone a través de la literatura una experimentación particular con la memoria y lo que evoca, una batalla creativa contra la repetición de los mismos relatos a lo largo de los años, que como afirma Pilar Calveiro “pueden representar no el triunfo de la memoria sino su derrota”. La escritora nos invita a pensar en la “memoria utópica” que implica asumir a la literatura como un espacio de investigación y exploración social, haciendo del pasado algo similar a lo que la ciencia ficción hace del futuro, tomando en ese caso un conflicto social del presente y experimentando las consecuencias terribles que podrían acaecer en el mañana. Mirando los elementos de tiempos lejanos que perviven en el presente, es factible también reconstruir un pasado plagado de injusticias y terror, no con el objetivo de embellecerlo a través de incorporarle los elementos utópicos, sino ejercitando las posibilidades de un acontecimiento que nos gustaría que hubiera sucedido, la posibilidad de construir con la literatura un verosímil que funcione de un modo reparador hacia atrás- señala Drucaroff.

Esta perspectiva orientó su última novela “El infierno prometido” que relata la historia de Dina, una muchachita polaca que bien podría haber sido escritora, que padece en el pueblo de Kazrilev las contingencias históricas, el maltrato a los judíos, la violencia sexual y de la deshumanización efectuada por las propias instituciones, desde la familiar hasta la educativa, que la conducirán a formar parte de ese fenómeno irreversible y destinado a transformar y gravitar durante décadas a nuestro país: la inmigración. Lejos de encontrarnos con una Argentina que requiere de un trasplante cultural a través de los flujos migratorios, la imagen de Buenos Aires como una ciudad moderna y cosmopolita se refuerza por el contraste resumido en una frase de un rabino en 1899 citada por la autora “ Es necesario ver la miseria de las ciudades judeo-polacas...para entender que un viaje a Buenos Aires no es terrorífico”. El infierno prometido es otro, el que sería su destino, el del ejercicio de la prostitución en un burdel de Boedo.

El tema de la inmigración ilegal y la prostitución ha sido tratado en varias piezas literarias, sin embargo, en todas ellas se habría señalado el desconocimiento de las jóvenes acerca del verdadero motivo de sus viajes. Para dar un ejemplo, entre muchos, Gabriel Báñez relata que las pupilas de la Zwi Migdal "venían de Varsovia, engañadas por un correo que les prometía casamiento y fortuna en la nueva tierra y con el cual refrendaban un contrato que avalaban los padres de las jóvenes. En cuanto pisaban puerto, debían enfrentarse sin embargo con la letra chica del contrato: la prostitución o el remate", algo de esto también lo plantea Juan Jorge Nudel en La pensión "Los Rosales". En el infierno prometido, sin embargo, Elsa Drucaroff presenta otra posición, disintiendo con lo que ella llama el mito paternalista de las niñas inocentes.

Al respecto le preguntamos a la autora si Dina aparece entonces como un personaje más probable, con un tipo peculiar de decisión.

Mi personaje es dueña de su destino, todo lo dueña del destino propio que puede ser alguien humillada por su condición de pobre, su condición de judía y su condición de mujer. Si algo me obsesiona es no solidarizarme con la gente oprimida desde una posición paternalista, no transformar al prójimo en un idiota que no se da cuenta de nada, no puede hacer nada. Incluso cuando no se puede hacer nada, se puede hacer algo: en las condiciones de mayor adversidad los seres humanos pueden usar su voluntad, su cabeza, su inteligencia, para elegir que algo sea un poco menos peor de lo que es. Los testimonios de las mujeres que han sido violadas casi siempre incluyen alguna frase que muestra que en algún lugar, en algún recoveco empecinado de ellas mismas, no se entregaron, resistieron y así preservaron algo de ellas mismas que a la hora de recordar, las salva. Cosas tipo "No abrí el puño en ningún momento", o "no abrí los ojos nunca mientras estaba adentro" son el modo en que se resiste, parecen nimios desde afuera pero escuchás los relatos y te das cuenta de que para ellas funcionan como triunfo simbólico, incluso cuando no se puede tener ninguno. Desde una mirada histórica, por qué me parece muy difícil que la mayor parte de las mujeres que vinieron traídas por la Zwi Migdal hayan llegado completamente engañadas. Si algunas igual llegaron así, habrá sido o porque estaban muy desinformadas respecto de peligros que eran de dominio público, o porque inconscientemente se negaban a pensar algo que era feo pensar, que en la desesperada situación social les pinchaba su globo; porque en esa tristeza, era mejor creer que había ocurrido algo bueno (eso les pasa a los padres de mi protagonista, a quienes se les ocurre la idea "fea" y la desechan). Digamos que yo elegí armar a mi personaje aprovechando este análisis histórico, pero también de algún modo construyendo una acción de resistencia que me parece más que posible, que yo he tratado de ejercer en mi propia vida: intentar mirar sin contemplaciones, descarnadamente, quién soy y en qué situación estoy, e intentar responder a eso eligiendo, eligiendo todo lo que sea posible elegir, que por poco que sea, insisto, siempre tiene el valor de MUCHO (más exactamente: cuanto más poquito es lo que podemos elegir, más significa para nosotros, para nuestra integridad humana): eligiendo del modo que preserve más mi propia dignidad. Diría que esta ética no implica solamente un intento subjetivo, para mi propia conveniencia, diría que tiene un valor político, porque solamente desde esa posición se puede construir una voluntad de resistencia, creo.

En el prostíbulo Dina es recluida a una suerte de encierro. Debía atender a 600 hombres por semana y para que su cuerpo soportara la regenta le proporcionaban cocaína, solo los momentos en que comía, se topaba con un hombre que la humanizaba o salía acompañada a hacer alguna compra se registraban como agradables. En contraposición, el momento más temido, en el que parecía desmoronarse toda voluntad de resistencia por efecto de la tortura física y verbal, con un violento contenido político, eran los turnos de un miembro de la Liga Patriótica que ocupaba el cargo de juez de la Nación.

¿Este personaje representa otro tipo de paternalismo, perverso, igual de deshumanizante, que no evoca la inocencia sino la culpabilidad absoluta?

Sí, claro. Digamos: hay prostitución porque hay prostituyentes, hay gente capaz de gozar comprando por dinero un cuerpo humano, y sobre todo una voluntad humana: es decir, gente que goza volviendo, con el poder de su dinero, a un sujeto objeto. Gente que goza entonces con su poder de humillar, con el poder que el dinero le da para humillar. No todos llegan a ser el juez, por supuesto ¡No vamos a confundir al buen padre de familia o al buen joven estudiante (incluso de izquierda) que disfruta hoy pagando a una puta (y no le pega, y usa preservativo) con ese monstruoso juez! Sin embargo: ¿por qué hoy esos varones consumen putas? ¿Porque están mal casados? ¿Porque son tímidos u horribles, y no consiguen mujeres para seducir? Lamentablemente los estudios de mercado muestran que la mayoría de los consumidores de prostitución, los prostituyentes, no son así para nada. Sí seducen mujeres, si quieren; sí pueden tienen buenos matrimonios o no, también pueden tener buenas amantes, pero las putas tienen ese "no sé qué", que a la hora de ser definido por ellos, en los casos más lúcidos y más cínicos, se explica como: no tengo que seducirlas, no tengo que decirles cosas lindas o pagarles un café, o escucharles sus cosas, sus ideas, o escucharles planteos. Es decir: las putas les ofrecen sus cuerpos para ser penetrados, no sin pedir nada a cambio, sino pidiendo a cambio algo no sólo claro y preciso, sino sobre todo que expresa su potencia económica. No piden a cambio que las miren como personas, que las atiendan de un modo mínimanente humano, que las saluden con cierto afecto cuando los vuelven a ver; no, las putas se ofrecen para ser penetradas no a cambio de cierta ternura o interés sino porque ellos tienen plata, y la plata es poder. Sin tener que fingir un rato que ellas les importan como personas, ellos compran cuerpos y los usan. Y eso les da placer. No a todos los hombres, felizmente. Hay hombres que no consumen prostitución porque no les interesa, ni los excita, ese contrato. Pero hay un porcentaje muy importante de varones que sí lo quieren, y son ésos los responsables de que hoy exista todavía la esclavitud, acá mismo, en este momento. Porque han cambiado radicalmente las reglas de circulación de las mujeres, hace décadas que no es necesario casarse para acostarse con quien uno desea y, sin embargo, la prostitución sigue siendo el gran negocio (un negocio que en las estrictas reglas anteriores, cumplía, nos guste o no, una función social precisa): el gran negocio es la prostitución para penetrar, mucho más demandada que la otra en la que hay varones que venden su servicio a mujeres. Porque ésa, la de pagar para penetrar un cuerpo, es la que culturalmente significa, para el prostituyente: "compro para ejercer mi poder". Volviendo al juez: los impulsos básicos que en ese juez son diría absolutos están no obstante en la raíz de todo consumidor por gusto de prostitutas, y por ende son los que precisa el negocio, la trata de personas, para funcionar, son los que alimentan el negocio, los que sostienen la esclavitud escalofriante que todos sabemos que está ocurriendo ahora.

¿Qué relación encontrás entre la reiteración de ese mito de las niñas inocentes en la literatura con la cultura política de nuestro país?

Creo que hay una necesidad social de que las víctimas sean inocentes para poder apiadarse de ellas. Si no... por algo será. Y ésta necesidad es post 83, en cuanto a política de clase. Quiero decir: a nadie se le ocurría en 1970 discutir o negar que las víctimas de los fusilamientos de José León Suárez eran peronistas, y que una de ellas sabía del levantamiento militar de Valle y Tanco. Walsh en su libro cuenta eso con toda naturalidad, no se le pasa por la cabeza que sea un argumento por el que alguien va a decir "¿viste, viste que no eran angelitos?" La presuposición social no incluía esta objeción: habían sido fusilados por el poder, a sangre fría, ilegalmente, sanguinariamente, era un atropello feroz a la ley y sobre todo a la humanidad. ¿Qué podía justificarlo? Pero esto se acabó, la dictadura militar impuso una convicción que dura hasta hoy: hay ciertas acciones contra el poder que SÍ justifican cualquier respuesta, con tal de exterminar a los que lo hacen. Esta convicción socialmente compartida, este consenso, no está muerto y se ve actuar (por falta de autocrítica o de conciencia) también en la izquierda. Ya hablé en otras entrevistas de la necesidad que existe de angelizar a las víctimas de la dictadura en gran parte de los discursos de derechos humanos, de cómo en este caso sí funciona el "por algo será", en su versión gemela e inversa ("no fue por nada"). Hace dos días un taxista me explicó que a los chicos estaban en la puerta de Cromañón, antes de la catástrofe, él los había visto fumando marihuana y tomando cerveza ("yo los vi", repetía, seguro de que eso bastaba para que tuviera razón, para que hubiera CULPAS que no era legítimo echar). Y esto me lo contestaba a mí, que había hablado de la responsabilidad política de las autoridades que no controlaban las condiciones de los boliches. Más allá de que hay otras responsabilidades también, en Cromañón (algo que yo no negaba), él justificaba al poder por la falta de inocencia de las víctimas, él renunciaba a juzgar al poder porque las víctimas no eran inocentes.

Esto es "nuevo" (post 76) en el caso de las víctimas por opresión de clase. Pero en el caso de las víctimas por opresión de género, la necesidad de que sean inocentes y la falta de juicio y castigo, si no lo son, estuvo siempre, no es nueva. Una violada tiene que demostrar que no provocó. Parece que mostrar las piernas y sonreír insinuantemente justifica que te bajen los dientes a trompadas, te desgarren la vagina o el ano y te dejen muerta en un basural. Parece que a todas nosotras no nos pasó... todavía... Si insistimos, ya nos van a agarrar. Fijate la sensación dominante frente al asesinato de Nora Dalmasso: si sos linda y andás cogiendo por ahí, el asesinato es simplemente la peor hipótesis de una lógica que todos comparten. "Te la buscaste". Cuando presentaba la novela, muchas veces hubo gente del público que se empeñaba en negar que las víctimas de la Zwi Migdal hubieran podido saber algo de lo que las aguardaba, cuando llegaron. Y yo les preguntaba por qué tanto empeño en discutir eso, qué cambiaba: ¿o ustedes creen que si yo tengo razón y la mayoría vino sabiendo, está bien que las hayan hecho trabajar como esclavas, más de 10 hs. por día, y que las hayan dejado morir de sífilis, llagas vaginales, y que las hayan encerrado de por vida? Y alguno dijo algo tipo "pero entonces se la buscaban". Lo dijo, con todas las letras. Y fue el valiente que se animó a verbalizar lo que gran parte pensaba.

En la primera parte de la novela se describe un infierno carcelario, de encierro total, de tortura, cuya recreación está sustentada en datos obtenidos en su investigación. Elsa Drucaroff grafica al prostíbulo como una fábrica fordista, "una máquina de producir dinero y gastar mujeres".

Ante esta realidad - ¿Existieron políticas o pequeñas acciones de resistencia, denuncia o reforma respecto a las mejoras de las condiciones de este trabajo en particular ? ¿Se percibía como opción estos grises entre la libertad total y la clausura absoluta del mundo exterior?

El trabajo asalariado supone libertad del que vende su fuerza de trabajo, él contrata y recontrata cada vez con su patrón, el tiempo de trabajo que le vende. No se vende él mismo. Esto no ocurría en la Zwi Migdal. Las llamadas pupilas pertenecían al prostíbulo, no podían comprar su libertad (debía hacerlo un varón por ellas, era una transacción entre macrós y ellas eran simplemente la herramienta, el capital constante del empresario). Esto ocurría con toda impunidad, en una sociedad cuya constitución prohibía la esclavitud. En ningún lugar estaba escrito que se podía encerrar a una mujer como a una esclava, más bien estaba escrito que no se podía. Pero también estaba escrito que la prostitución era un negocio legal, y regulado por el estado. Un sucio y asqueroso negocio pero mal necesario que, igual que las cloacas, sostiene el orden pero no debe andar oliéndose todo el tiempo porque enferma a la sociedad sana. Así como las cloacas no deben estar al aire libre, las putas no deben salir a la calle. Yo lo digo en la novela: ¿cómo los ojos de una buena señora de familia van a tener que tolerar el espectáculo de una puta por la calle? Y estas argumentaciones están sacadas de las discusiones parlamentarias sobre cómo reglamentar la prostitución, son históricas.

Las putas tenían prohibido mostrarse y por eso no salían a trabajar afuera y tampoco, en lo posible, a mostrarse afuera, porque bastaba con eso para que pudieran acusarlas de estar buscando clientes. Pero para los cafishios la calle hubiera sido el lugar donde ellas podían trabajar con cierta independencia, donde podían desde conseguir otro modo de vida hasta hablar con otro cafishio que les ofreciera mejores condiciones de trabajo, y elegirlo a él. Entonces: los intereses de los explotadores coincidían con el de preservar los ojos "puros" de los "sanos" de la sociedad (de los niños que iban a ser varones y consumir putas, como sus padres, de las damas que criaban hijos como machitos que ídem, las damas que preservaban la virginidad de sus niñas y que habían preservado la de ellas mismas, seguras de que existían mujeres "sucias" que tranquilizarían a sus hombres mientras las esperaban).

Es decir: la esclavitud era de hecho, era producto de una larga cadena de complicidades, pero se materializaba con toda evidencia, como esclavitud concretísima.

Hubo voces que se alzaron contra esto. Alfredo Palacios, por nombrar a uno. Hay periódicos anarquistas donde se denuncia esto, hay algunos intentos de reformas parlamentarias, con medianos resultados -porque a veces queriendo protegerlas, hacían legislaciones que en los hechos tenían efectos todavía peores-. Hay un capítulo del libro de Donna Guy, El sexo peligroso, una excelente historia de la prostitución en la Argentina, donde enumera muy bien todas estas luchas. De todos modos los resultados ni siquiera hoy, cuando sí está escrito claramente que una prostituta no puede estar encerrada, sirven. Es que la prostitución está directamente ligada con la existencia de una INMENSA DEMANDA, con la evidencia de que es por lo tanto (por la cantidad de prostituyentes dispuestos a consumirla) UN GRAN NEGOCIO, y al mismo tiempo está directamente ligada con una sociedad donde las mujeres son oprimidas y su posición social es mucho más vulnerable que la de los hombres. Quiero decir que en condiciones igualitarias, la prostitución podría ser un gran negocio para quienes trabajan, no para quienes explotan. Y esto volvería demasiado ricas a muchas mujeres, demasiado poderosas económicamente. Pero hoy sólo disfrutan de esa posibilidad una mínima proporción de putas: las que logran independencia y trabajo en las clases sociales más acomodadas, y logran no precisar macrós (aunque la policía se encarga de que eso sea muy difícil). En las otras, todo está como en tiempos de la Zwi Migdal...

A Dina se le aparece como opción convertirse en la regenta del burdel, pero opta por la libertad ¿Por qué?

Porque cambia, algo le cambia adentro: porque un hombre que la ama le dice "si te quedás acá, te van a matar y yo no quiero que te maten". No cambia de proyecto porque ama a Vittorio sino porque descubre qué importante puede ser como persona, como sujeto, para Vittorio, lee la confianza en ella, la autoestima, en el amor del otro. El amor le enciende una esperanza que se había apagado por completo: la de tener dignidad.

En ese espacio de abuso y de encierro, que produce un aparente quiebre interno, Dina conoce a dos personajes: “el loco”, un periodista del diario Crítica- inspirado en Roberto Arlt- con quien compartirá lecturas y podrá comenzar a hablar de su vida, y a ser reconocida como sujeto y, asimismo ocurrirá con Vittorio, un jóven anarquista con quien además conocerá el amor. Vittorio será el hombre que con una horquilla de cabello abrirá la ventana de la habitación en la que está encerrada, le mostrará la libertad y, sin juzgar sus tiempos, la dejará elegir por el escape y la acompañará en la travesía que se desata luego.

¿Por qué esa decisión humanizante, en tanto reencuentro con el mundo exterior, la asociaste en el relato con el anarquismo y el amor?

No me gustaría que se leyera mi novela como "mujer al fin, opta por la libertad para estar con un tipo". Es cierto que usé el melodrama como modelo narrativo, pero para darle vueltas de tuerca. Sería una lectura arrolladoramente trivial. El amor empuja a muchas cosas, por ejemplo a la autodestrucción. Camila y su cura podrían haber cruzado la frontera cuando se escaparon, nunca lo hicieron. Los grandes amores también pueden construir pactos suicidas, infelicidades espantosas, etc. El amor que salva es ése en el que yo leo el respeto y la dignidad en lo que el otro me ofrece, y no siempre ocurre eso en el amor.

Pero además, el amor tiene fecha histórica: para ser amados necesitamos ser libres. Al menos como hoy concebimos el amor. El amor hoy es hace ya mucho amor burgués, el que pasó por la revolución francesa, el que requiere el concepto de individuo, de elección entre dos individuos, de capricho, de deseo porque sí. Y despierta entonces todo el heroísmo libertario del mejor liberalismo jacobino. Creo que Lenin decía que en la Rusia zarista para casarse por amor había que ser por lo menos socialista. Es que la legitimidad, el derecho de amar a quien a uno se le dé la gana es algo que tardó mucho en abrirse paso en la sociedad, que hace apenas unos doscientos años que tiene cierta legitimidad, y no en todos lados. Entonces, para patear semejante tablero y casarse por amor, decía Lenin, había que estar a la izquierda de todo.

En mi saga de novelas salteñas (La patria de las mujeres, Conspiración contra Güemes) hay una esclava, Benita, un personaje que yo quiero mucho, que en la primera novela asiste a un gran amor de otros y piensa eso: nunca me van a amar así porque no soy esclava. Y en la segunda, liberta, ama y es amada. Y aunque no le va bien, disfruta fuertemente de eso: de gozar o de llorar por amor, de ser mirada con amor.

Retomando a Lenin, yo te diría que para amar a una prostituta -amarla de verdad, no para calentarse con ella, no para tenerle afecto, no para llevarle flores a su prisión-, para estar dispuesto a jugarse por completo por ella, a poner el cuerpo para ayudarla a salir de ahí, había que ser ideológicamente muy audaz. Y también te diría que el anarquismo es uno de los pocos grupos políticos (los socialistas, también) que se preocuparon por las prostitutas en ese momento, que condenaron la explotación y denunciaron la complicidad social, aunque no hagan demasiado más que expresar su preocupación (con excepción de Palacios, como te dije, que dio batallas parlamentarias) y aunque no hayan tenido ninguna o casi ninguna sensibilidad de género.

En la segunda parte de la novela, cuando el relato vira hacia el thriller y al policial, esa libertad en peligro la desarrollaste en el desierto patagónico ¿Elegiste ese escenario por algo en particular?

Es el espacio de la libertad y las utopías en mi memoria adolescente de roquera. Es el espacio del diferente y de su masacre en la historia argentina. Es el lugar a donde, ya desde el siglo XIX, destierran a los inadaptados para que mueran entre los indios, se libran de los "diferentes", es el lugar que elige Martín Fierro (no tan al sur, pero no importa, es "desierto") para separarse de los "buenos", para expatriarse. Es un semillero de ideas estéticas, de relatos, de mitos. Es la metáfora que le permite a gente tan diferente como Sarmiento, Martínez Estrada o Borges pensar, a sus modos a veces terribles, modelos y problemas de Argentina. Y bien puede ser el desierto argentino que una judía paria y expulsada de su tierra, cruza heroicamente, de la mano de su hombre no judío, en vez de vagar cuarenta años guiada por Moisés. Es donde estuvieron Butch Cassidy, Bairoletto. Qué sé yo, son esas "rutas argentinas" a donde nos esperaban chicas y muchachos, con "buenas cosas", cuando yo tenía 15 años. De modo que fue nada más prender el botoncito de la memoria creativa para que se me llenara de historias y aventuras ese lugar. Pero además hubo algo concreto que prendió el botoncito: la Fundación Ciudad de Arena, con Gabriel Guralnik a la cabeza, organizó un viaje en el tren patagónico, de Viedma a Bariloche: hizo un "tren de creadores" con escritores, estudiantes secundarios lectores, periodistas, artistas. Y me invitaron. Y fue un viaje inolvidable por muchos motivos. Ahí recogí impresiones, imágenes, historias y datos para armar mi segunda parte.

El dejar testimonio obsesiona a quienes lograron sobrevivir, aunque no exista una lógica en ese sobrevivir, aunque no sea estrictamente histórica esa fuga o no pueda ser generalizada, más bien, y justamente, porque construye un discurso de resistencia. En este sentido, la travesía junto al viaje tiene algo de mítico, y también algo de histórico, y esta combinación esconde en este caso una originalidad en su relato, al menos como experimentación: la de abrir un nuevo camino desde el pasado, una aventura reparadora, no de héroes sino de hombres, que parten de un lugar donde no estuvimos jamás, hacia un lugar donde aún no estamos...

Una apertura en el ejercicio de la memoria, que no es un repliegue sobre sí para reafirmar su entrenamiento parcial o una crítica metódica convencional a los discursos sobre el pasado. El infierno prometido invita entonces a desafiar a la memoria de lo que estamos acostumbrados, de lo fijado, con su indiferencia y su resignación, si no a través de un hecho real, al menos imaginando y recordando las posibilidades de resistencia, a través de la decisión y la dignidad, ante la pervivencia de algunas problemáticas que aún hoy circulan junto al poder: la prostitución, la condición de la mujer, diversos elementos constitutivos de la cultura política argentina, la imagen del progreso y su relación con la inmigración, la continuidad de la esclavitud, el comercio sexual, la victimización, el paternalismo, la culpa... Para Elsa Drucaroff, la situación social de las prostitutas hoy, la complicidad social, el problema de la esperanza y la apuesta por cambiar algo. Nuestra sociedad está apática, mi novela trata de no ser apática...
Sobrevivir a la injusticia y a la humillación, y a los discursos que la alimentan, desde un área marginal y también más ambigua. Sobrevivir requiere cierta habilidad y algo de suerte, pero también una decisión, dice Drucaroff, ya que no hay “modo de sacar a nadie del infierno, a nadie que no hubiera decidido antes o al mismo tiempo salir solo”.

Entrevista publicada en: Revista Cultural On line Prometheus Nº 23 (www.pmdq.com.ar)

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