martes, 25 de marzo de 2008

Poder desaparecedor

Con motivo del 32º aniversario del golpe de estado más cruento y terrorífico de la historia argentina, me ha parecido pertinente recomendar la lectura de un trabajo original sobre la anatomía del poder militar en la Argentina, el polémico estudio de Pilar Calveiro, Poder y desaparición, en el que se analiza las particularidades del poder desaparecedor a partir de su expresión concentracionaria: los campos de concentración-exterminio argentinos.

Calveiro enmarca su ensayo con una reflexión sobre la relación de las fuerzas armadas y el poder en nuestro país, relación que caracteriza como de una cercanía que a partir de un proceso complejo le otorgó a las fuerzas armadas peso político propio y una autonomía relativamente creciente. Esta caracterización está ligada a la perdida de capacidad de los grupos económicamente poderosos de controlar el sistema partidario para ganar las elecciones, en tanto, las fuerzas armadas y especialmente el ejército, según Calveiro, se constituyeron en el medio para acceder al gobierno a través de las asonadas militares. Así, se convirtieron en receptáculos de los ensayos de las distintas facciones del poder por recuperar cierto consenso pero, sobre todo, para mantener un dominio. De esta forma, Pilar Calveiro desarrolla como las Fuerzas Armadas se fueron constituyendo progresivamente en el núcleo duro y homogéneo del sistema, con capacidades no solo de manutención de un orden y un dominio, sino también de representación y negociación con los sectores decisivos del gobierno, fenómeno que ha sido desarrollado en profundidad por autores como Alain Roquié y Robert Potash y conceptualizado por otros y estos mismos autores como de politización de las Fuerzas armadas y militarización de la política. Pilar Calveiro va más allá al plantear que la limitación que representaba para los sectores poderosos su falta de consenso se disimulaba ante el poder disuasivo y represivo de las armas; el alma del poder político se asentaba en el poder militar. Este rasgo es de suma importancia para la autora en el marco de la no consolidación de alianzas estables y la crisis del sistema de partidos, frente a una sociedad compleja y fragmentada. Dicha atomización política y económica de la sociedad era compensada, en alguna medida, por la unidad disciplinaria del aparato armado y su imposición sobre la sociedad. La espiritualidad armada ingresaba allí donde fallaba el control material. Por otro lado, el proceso conjunto de autonomía relativa y acumulación de poder crecientes las llevó a asumir con bastante nitidez el papel mismo del Estado, de su preservación y reproducción, como núcleo de las instituciones políticas, en el marco de una sociedad cuyos partidos eran incapaces de diseñar una propuesta hegemónica.
Para 1976, como también señala Roquié, no existía organización partidaria que no hubiera participado o apoyado algún golpe de estado. Aunque Pilar Calveiro plantea que si bien es cierta la existencia del reclamo de la sociedad del salvataje de las Fuerzas Armadas, esta sentencia depende de cómo se formule. Los golpes de estado son algo que vienen de la sociedad, pero no va hacia las puertas del ejército, sino hacia ella misma, la sociedad no es el genio maligno que los gesta ni tampoco su víctima indefensa. Civiles y militares tejen la trama del poder. Civiles y militares han sostenido en Argetina un poder autoritario, golpista y desaparecedor de toda disfuncionalidad y, sin embargo, la trama no es homogénea, reconoce núcleos duros y también fisuras, puntos y líneas de fuga que permiten explicar la índole del poder, y que la autora privilegia en un análisis de los matices propios de las situaciones límites que humanizan las posibilidades de los hombres, incluso las que han aparecido en los relatos como las más monstruosas y difíciles de comprender.
Calveiro indaga más precisamente las características del poder desaparecedor durante el denominado Proceso de reorganización nacional, que aparece de forma más clara en los campos de concentración, y que favorecía la desaparición de lo disfuncional, de lo conflictivo. Este poder no es original ni en este período ni de la Argentina, dice, sino propio de diversas sociedades, y de desenvuelve desde el siglo XIX. Sin embargo, la autora plantea que no puede entenderse como una simple continuación o una repetición aumentada de las prácticas antes vigentes. Representó, por el contrario, una nueva configuración, imprescindible para la institucionalización que le siguió y que hoy rige. Es decir, existe una matriz común, que tiene relación con la naturaleza del poder individualizante y totalitario y con la ideologización de todas las fuerzas e instituciones políticas, sociales y civiles durante el siglo XX; pero esto no explica sus particularidades, unas de las que es necesario hablar, de las formas de lo que no habla, es decir, de las formas de la violencia.

También se referirá al otro actor político fundamental de este período: la guerrilla. Bajo el subtítulo de La vanguardia iluminada indaga en lo que la historiografía a denominado proceso de militarización de la sociedad y que condujo a una concepción belicista de la política, fenómeno a partir del cual las nuevas generaciones consideraron a la violencia como la única vía de transformación social, es decir, incorporaron por entonces la idea de considerar a la política básicamente como una cuestión de fuerza. La violencia de la guerrilla se entendía como la respuesta a una violencia impuesta de antemano. Pronto esto degeneró en que esa misma violencia se canalizaría a través de la lucha armada en nombre de una sociedad mejor, la salvación de la sociedad por una parte de la sociedad, aquel ya viejo ideal Roussoniano. Pero, a medida de que la práctica militar se intensificó, el valor efectista de la violencia multiplicó engañosamente su peso político real, la lucha armada pasó a ser la máxima expresión de la política primero, y la política misma más tarde. El proceso de militarización de las organizaciones, habiéndose desvinculado de las masas, no solo debilitó a las organizaciones (su proceso de descomposición era bastante importante hacia 1976, afirmará la autora) sino que la guerrilla había comenzado a reproducir en su interior, por lo menos en parte, el poder autoritario que intentaba cuestionar.
Como afirma Alain Rouquié, la concepción militar de la subversión generalizada, que no se limita solamente a la guerrilla, traduce a su vez la mutación de la sociedad y el fracaso de los procedimientos de control (...) la movilización de una clase obrera con alta combatividad y que había desbordado los sindicatos oficiales y a las burocracias, complementan el cuadro de la amenaza a la cual las fuerzas armadas creían enfrentarse.
En síntesis, la guerrilla argentina, desarrollo internamente el poder totalitario, enfrentándose a la estructura monolítica de las fuerzas armadas y a un estado fortalecido a su servicio, siendo la consecuencia una respuesta del poder militar con todo el potencial de la violencia.

El poder, a la vez individualizante y totalitario, es un multifacético mecanismo de represión, afirma Deleuze. No hay poder sin represión, más que eso, se podría afirmar que la represión es el alma misma del poder, dice Calveiro. Se pretende como total, pero se define tanto por su núcleo, sus mecanismos, como por lo que excluye. La exclusión es una forma de inclusión, cuyo lugar es la disfuncionalidad. El poder esconde aquello que lo expone, que lo hace obvio. Muestra y esconde, pero se revela a sí mismo en lo que oculta. Lo que esconde es su cara vergonzante.
En el caso Argentino, la presencia constante de la institución militar en la vida política Argentina manifiesta una dificultad para ocultar el carácter violento de la dominación (...) que se muestra como una amenaza perpetua, como un recordatorio constante para el conjunto de la sociedad.

El dato que lo expone al poder desaparecedor fue la presencia de campos e concentración exterminio. Aquí se ve que los cambios en la modalidad hablan de los cambios de la índole del poder.
En la Argentina, su forma más tosca, el asesinato político, fue una constante; por su parte, la tortura adoptó una modalidad sistemática e institucional en este siglo, después de la revolución del 30' para los prisioneros políticos, y fue una práctica constante e incluso socialmente aceptada como normal en relación con los llamados delincuentes comunes. El secuestro y posterior asesinato con aparición de cuerpo de la víctima se realizó, sobre todo a partir de los años setenta, aunque de una manera relativamente excepcional. Todas estas prácticas se distinguen de la desaparición de personas, y aparece después de 1966 y se volvió un uso a partir de 1974, redefiniéndose como política institucional a partir del decreto del poder ejecutivo que dio orden de aniquilar a la guerrilla.

Para la autora, el proceso no fue una rara perversión ajena a la historia y a la sociedad argentina, sino que forma parte de su trama, imbuida en distintas formas y características del poder establecido. Considera que tampoco es una continuidad diferenciada por la magnitud de la represión de elementos preexistentes, sino una reorganización de ellos e incorporación de nuevos que generó nuevas formas de circulación del poder dentro de la sociedad, específicamente con una modalidad: los campos de concentración. En consecuencia, propone, tomar en cuenta su especificidad a partir de asumir que no hay campos de concentración en todas las sociedades, como no todos los poderes son concentracionarios.

La organización se estableció a través de diversos grupos con división de tareas, funciones y responsabilidades, jerarquizadas; entre ellos: Las patotas: el grupo operativo que chupaba (secuestro de prisioneros); los grupos de inteligencia: quienes manejaban la información existente de acuerdo con ella orientaban el interrogatorio (tortura) para que fuera productivo, es decir, para que arrojara información de utilidad. En este sentido, la práctica de la tortura, que no constituía una novedad puesto que se había realizado a partir de los años 30, adquiere sistematicidad y uniformidad desde la década del sesenta. La policía, que tenía larga experiencia en la práctica de la picana, enseñó algunas de sus técnicas. Los cursos de contrainsurgencia de Panamá instruyeron a algunos oficiales en métodos eficientes e novedosos de interrogatorio y, agregamos nosotros, la formación de parte de veteranos de la guerra de Argelia a cuadros militares argentino en la guerra de contrainsurgencia o guerra sucia. Los guardias, quienes vigilaban a los detenidos, que desposeídos de nombres y con número de identificación pasaba a ser uno más de los cuerpos que el aparato de vigilancia y mantenimiento del campo que el guardia debía controlar. Respecto a los que denomina los desaparecedores de cadáveres, señala las lagunas, pues existe un importante secreto que rodea los procedimientos de traslado, quizá probablemente porque se sabe que estaban rodeados de una enorme tensión y violencia.

Llama la atención entonces la participación colectiva de las tres fuerzas armadas y de la policía, de las llamadas fuerzas de seguridad y su involucramiento institucional, es decir, que el accionar "antisubversivo" se realizó desde y dentro de la estructura y la cadena jerárquica de las Fuerzas Armadas. En suma, fue la modalidad represiva del Estado, no un hecho aislado, no un exceso de grupos fuera de control, sino una tecnología represiva adoptada racional y centralizadamente.

Calveiro analiza también el uso del lenguaje, por ejemplo de palabras sustitutas: interrogatorio por tortura, números por nombres, subversivo por personas, fenómeno que denota el objetivo de la deshumanización de las víctimas y de tranquilización que inocentiza las acciones más penadas por el código moral de la sociedad, matar y torturar. Fue necesario también dar consistencia y cohesión a las fuerzas armadas en torno a la necesidad de exterminar a una parte de la población, a través de la defensa de la guerra sucia, la reivindicación de su necesidad y lo inevitable de la metodología empleada, que para Pilar Calveiro, no tiene que ver tanto con la adscripción a determinada doctrina , sino más bien con el rol político dirigente que le cabe a las fuerzas armadas y a su autoadjudicado derecho de "salvar" a la sociedad, cada vez que lo considere necesario.
También se advierte el compromiso de la complicidad. La convicción ideológica se entrelaza con la culpa, la recubre, atenuándolo y encubriéndolo. Al mismo tiempo, impide el deslinde de responsabilidades que el dispositivo desaparecedor se encargó de enmarañar, igualar y esfumar.

Se ve que la amenaza del poder de muerte se afirma sobre una estructura burocrático represiva antes que en un aparato de guerra. En este sentido, las fuerzas armadas demostraron ser más aptas para una sangrienta represión interior que para una guerra frontal entre ejércitos. Se afirma así como un poder armado con funciones de orden no separada de las funciones de guerra.
El poder desaparecedor funcionó en ese sentido con la ceguera social, pero también mostrando una facción de lo que permanece oculto para diseminar el terror, siendo su efecto el silencio y la inmovilidad.

Una de sus mecanismos se sustentó en el hecho de que si bien los prisioneros considerados la “enfermedad” de la sociedad fueron en su mayoría militantes y sindicalistas, existieron también víctimas casuales, pruebas irrefutables de la arbitrariedad del sistema y de sus pretensiones de omnipotencia.
Otra forma de diseminación del terror fueron los testigos y personas vinculadas a las desapariciones que conocían parte del mecanismo de destrucción de los cuerpos, la deshumanización; el anticipo, la incertidumbre o la postergación de la muerte y el funcionamiento de los campos de concentración, en tanto efecto y foco de diseminación generalizado de los estados totalitarios.
Este servicio público criminal, con pretensiones virtualmente divinas, de decisión acerca de la vida y la muerte, era en verdad un poder de muerte, que se ejerce o se resigna, como afirma Foucault, y que se afirmaría sobre una estructura burocrático represiva.

El tormento tendrá en ese contexto otra función, la de ser el método por excelencia para producir verdad y buscar un culpable para legitimar al campo, su funcionamiento y para aumentar el número de los secuestrados. La tortura era la clave, el eje, del mecanismo sobre el que además giraba toda la vida del campo. A través de ella es violada la intimidad del prisionero, apoderado su secreto, deshumanizado frente a sí mismo y ante quienes lo atormentan. Esto no puede producir otra cosa que terror. El terror, dice Calveiro, representa algo diferente al miedo. Está ligado a los efectos de todos los atributos del poder total: saberlo todo, modelar todo, incluso la vida y la muerte, ser inapelable, persiguiendo el quiebre del sujeto y moldearlo como un cuerpo sumiso, apoderándose de todo lo vital que hay en el hombre a través de una tecnología eficaz, fría y aséptica. Todos estos mecanismos son analizados en detalle por la autora, así como su efecto: la destrucción de una generación de militantes políticos y sindicales, y otras víctimas, que desaparecieron en los campos de concentración.

Todo este montaje se sustenta según Calveiro en una racionalidad perversa que incorpora lo esquizofrénico como sustancial, lógicas incomprensibles y rupturas que el secuestrado no podía comprender, que desquiciaba e incrementaba la sensación de locura. Esta lógica perversa alentaba la posibilidad de supervivencia y con ella desalentaba las formas de resistencia más desesperadas. Por ejemplo, con la presencia de médicos, psicólogos y sacerdotes, para evitar dolor, aplicar muertes sin resistencia o tranquilizar las conciencias de los desaparecedores y atormentar a los secuestrados. También se observa en el hecho de que el campo aparecía como una realidad total pero compartimentada instalada en el centro de la sociedad, pero que se derramaba sobre ella, produciendo una sensación de irrealidad. En sus palabras: La esquizofrenia social que separa lo que resulta contradictorio para permitir su coexistencia con <> es lo que se expresa en la propia existencia del campo y en las dinámicas internas a él. La eliminación del conflicto solo se puede hacer por su negación (neurosis, desaparición), por su eliminación (asesinato, perversión), por su separación y compartimentación para evitar que contamine. El campo de concentración fue una extraña combinación de todos estos mecanismos. Es cierto que formó una red propia, pero esta red estuvo perfectamente entretejida por el entramado social.
Esta lógica totalitaria es a la vez que perversa binaria, en tanto conciben al mundo en dos campos enfrentados, una concepción belicista de la realidad política, que se corresponde con el modelo de la macropolítica de la seguridad articulada a la micropolítica del terror, según Deleuze. La suposición de una guerra entre dos partes, que articuló en la Argentina con la doctrina de la seguridad nacional, necesitó construir un enemigo, ese otro que no es como yo, un otro amenazante, peligroso (...) extraño, preferentemente extranjero o infiltrado. Un intruso perfectamente distinto a mí, a quien puedo reconocer de inmediato porque está desprovisto de cualidades humanas. Como se ve, el otro es una construcción arbitraria que denigra a ese otro diferente. En ese sentido, la lógica binaria es una lógica paranoica, según la cual, el otro pretende mi destrucción y es lo suficientemente fuerte como para lograrla. Como ejerce sobre mí una dominación total, su persecución también deberá ser total. Ese otro fue para los militares el subversivo, categoría lo suficientemente amplia como para que cualquiera pudiera responder a esa definición. Calveiro analiza tanto la construcción de los arquetipos de guerrilleros o subversivos por los militares, así como de los militares por la guerrilla. La teoría de los dos demonios no es más que otra forma de reproducción de ese pensamiento binario. En el campo, en cambio, ambas imágenes colisionaron de formas diversas. A pesar de que el otro se hace real, la deshumanización o animalización fue funcional a la lógica del poder desaparecedor. Aquél que denigró a otro, se deshumanizó incluso a sí mismo. Hubo gestos de degradación mutua así como verdaderos actos de humanidad, el acto por el cual un hombre se salva frente al otro y frente a si mismo, en este caso, la recuperación del nombre, de la individualidad, cuidados del cuerpo y el aspecto, realización de actividades, el trabajo y la solidaridad. La burla, el engaño, el suicidio, la risa, signos de resistencia a un poder que desde el momento que desde su soberbia se autosobredimensiona y se cree total e ilimitado comienza a ser ingenuo y sencillamente ridículo.

En el campo nadie puede ser puro, no hay ni héroes ni traidores, ni víctimas absoluta explica la autora. Desarrolla en su análisis diversas variantes de contaminación en el campo así como resistencias y fugas a través de humanizaciones ligadas a las virtudes cotidianas que rechazan el orden concentracionario, siguiendo a Todorov, que casi siempre se relacionan con engaños a sus secuestradores, que no siempre suponen una reparación de sus propios quiebres, puesto que existen zonas de no retorno.
Pilar Calveiro discute asimismo el concepto rígido en el que se atrapa un fenómeno complejo e impreciso, el de víctimas inocentes. Al referirse a las víctimas casuales se refiere comúnmente a su presunta inocencia, Calveiro argumenta con preguntas ¿qué culpa podría justificar para esos otros la alta dosis de arbitrariedad y crueldad? En sus palabras: Esta concepción de la disidencia política supone una admisión implícita de que hay hombres que merecen el campo de concentración o por lo menos lo merecen más que otros. La figura del inocente es perfectamente complementaria con la de los dos demonios, como víctimas de un infierno al que no pertenecía. Pero todas las víctimas son inocentes y ninguna lo es, en sentido estricto.

La teoría de los dos demonios entonces ubica el conflicto entre relaciones sociales de poder afuera, como si se tratara de fuerzas oscuras ajenas a la sociedad. El efecto de la negación de lo sabido es otra forma de diseminar el terror. Algo de esto pervive, la sociedad quedó aterrada. Una buena parte optó por no saber, desapareciéndolo como un acto de voluntad. La esquizofrenia social sigue funcionando, naturalizándose lo contradictorio de lo que se dice y lo que se sabe, lo que calla, la vigencia de la violencia de desconocer la gravísima y obvia violación de los derechos humanos, dejándonos como a los desaparecidos, en la oscuridad, silenciosos, inmóviles y obedientes, separados cada uno de los otros en compartimentos estancos, haciendo que no se sabe, sin posibilidades de disentir, diluyendo responsabilidades. Esto se ha gravado en el cuerpo social y solo la memoria tiene un registro de esa marca, la del terror. Si el olvido es en este marco la pérdida de sentido (algo parecido a la locura), la memoria es y sigue siendo una forma de resistencia que, agrego yo, no puede ser patrimonio del Estado que tiene que responder a los crímenes de los que es responsable. Hay otros olvidos, los cuerpos, los nombres e historia de los desaparecidos, pero especialmente su militancia política, es decir, la desaparición de un sentido político que sigue aún silenciado.

Para terminar, diré que leí este libro con intensidad y emoción, (agradezco a Mariano quien hizo que diera con él) me ayudó a pensar el pasado según nuestro presente y recuperar sentidos. La opción del aniquilamiento, la compartimentación y la destrucción de las consideradas ahora “nuevas amenazas” está vigente en la sociedad argentina. Cada cual podrá reflexionar acerca de esta continuidad. Es una ilusión creer que el poder desaparecedor ha desaparecido. Ante esto Pilar Calveiro finaliza su ensayo con una pregunta ¿Cómo conservar la memoria, encontrar los resquicios y sobrevivir a él?

Calveiro, Pilar. Poder y desaparición. Los campos de concentración en la Argentina. Buenos Aires, Colihue, 1a edición, 1995.

2 comentarios:

  1. hola Ile! he estado siguiendo con atención y asombro los acontecimientos posteriores a la semana santa, el enfrentamiento y la provocación, las telúricas respuestas para todo conflicto. es patético que la presidenta en persona haya insistido en la conexión entre aquello y esto. Ahora cuando no se espera el salvataje militar, ni el de nadie, las vanguardias ilumiadas no tienen nada de vanguardia, y sólo las ilumina el viejo fuego de quemar hombres, me pregunto: qué supimos conseguir?

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  2. Cierto, quizá al menos haya que proponerse el debate que se evade a través del silencio y otros olvidos, ampliar aquellas problematizaciones acerca de ese pasado que, en el mejor de los casos, se discute en familia, como dice T. A. Te mando un abrazo

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